Las Santas Escrituras deben ser aceptadas como dotadas de autoridad absoluta y como revelación infalible de su voluntad. Texto Biblico, The Holy Scriptures, Textos Bíblicos, Bíblia, Estudo da Bíblia, Palavra de Deus.
Descripción: Paginas (17.5 cm, por 15 cm.) de un códice, escrito por ambos lados. Una columna por página y 27-29 líneas por columna. Las páginas están numeradas en la parte superior con las letras griegas α (página 1) y β (página 2). Las palabras están escritas de forma continua, sin separación, sin acentos, sin espíritus. La nomina sacra está escrita con abreviaturas.
Contenido: Es un fragmento del evangelio de San Mateo (1:1-9, 12, 14-20).
¹ Este fragmento de papiro fue descubierto por Grenfell y Hunt (de la Sociedad de Exploración de Egipto (Egypt Exploration Society) en el sitio de Oxirrinco en 1897 al comienzo de varias temporadas de excavaciones que se realizaron allí de 1896 a 1907. El nombre de Oxirrinco (del gr. ὀξύρρυγχος “nariz puntiaguda”) proviene de un tipo de pez que era sagrado para los antiguos egipcios.
Oxirrinco se encuentra a unos 160 km al Sudsudoeste de El Cairo.
Oxirrinco se convirtió en un importante centro durante el período greco-romano. Más tarde era famoso por sus numerosas iglesias y monasterios. Hoy el pueblo de el-Behnesa ocupa parte del antiguo local. Trabajando en gran medida en los antiguos vertederos de basura, Grenfell y Hunt descubrieron un tesoro de material escrito – más de 40.000 fragmentos escritos en griego, latín, demótico, copto, hebreo, siríaco y árabe. Este material data sobre todo al período de 250 a. C. a 700 d. C. Se encontraron diversos documentos y textos literarios clásicos. Estas primeras excavaciones descubrieron también una amplia gama de literatura cristiana primitiva. Los excavadores optaron por trabajar en el lugar debido a su reputación como un importante local cristiano, con muchas iglesias y miles de monjes en los siglos IV y V.
La primera temporada de trabajo en el lugar desenterró este fragmento, el comienzo del evangelio de San Mateo, que en el momento de su descubrimiento fue el texto más antiguo del Nuevo Testamento ya descubierto. Para los que estudian griego del Nuevo Testamento, E 2746 es conocido como P1.
Pero este fragmento no es el único texto del Nuevo Testamento que se encontró allí. Posteriormente los excavadores descubrieron otros 27 fragmentos de papiros del Nuevo Testamento.
Por lo general, se usa el símbolo (P) y un numerito en alto , , (P¹, P², etc.) para identificar los papiros del Nuevo Testamento.
Aunque la mayoría de las copias del Nuevo Testamento escritas durante los primeros tres siglos de la era cristiana deben haber sido hechas en papiros, hasta 1930 sólo se conocían 44 fragmentos de esos manuscritos; pero estos fragmentos, debido a su reducido tamaño, tenían poco valor para la historia del Nuevo Testamento. No obstante, con el descubrimiento de importantes grupos de papiros en el siglo XX, el cuadro ha cambiado radicalmente. Por 1975 se conocían más de 80 papiros del NT.
La edición de 1989 del NT griego Nestle-Aland enumeró 96 papiros y en la Ed. XXVII (2001) enumera 116. Ahora son conocidos un total de 128 papiros.
Los escritores del Nuevo Testamento disponían de diversos materiales para escribir. El pueblo generalmente escribía en fragmentos de alfarería (ostracones), en tablillas de madera recubiertas de cera, en cuero y pergaminos, y en papiros. Cuando se trataba de documentos más extensos o de obras literarias, como es el caso de los libros del Nuevo Testamento, el papiro era el material de escritura más barato y más frecuentemente usado.
Papiro. Este material de escritura se originó en Egipto. Los documentos más antiguos escritos en papiros egipcios datan de la 6.ª dinastía egipcia, del 3er. milenio a. C. Se sabe con certeza que desde 1100 a. C. los rollos de papiro eran un artículo importante de exportación, y que los egipcios lo intercambiaban por madera de cedro en el puerto fenicio de Gebal, y desde aquí los fenicios lo llevaban a todas partes del mundo mediterráneo. Los griegos deformaron el nombre Gebal y lo llamaron Biblos, y como recibían de esa ciudad el material para escribir llamaron biblos tanto a dicho material como a los rollos hechos de él. Esta palabra se introdujo en el castellano a través del latín y se transformó en la palabra Biblia, el Libro de los libros, o en palabras tales como bibliografía, biblioteca, etc. Después de que Egipto abrió sus fronteras a los extranjeros en el reinado de Psamético I (663-609 a. C.), el papiro se convirtió en el principal material de escritura del mundo antiguo, y mantuvo esa categoría durante muchos siglos. En el período de los Tolomeos y de los romanos había grandes fábricas y depósitos de papiros en Alejandría.
Para escribir una carta, una solicitud o un mensaje corto, por lo general bastaba una sola hoja de papiro. Sin embargo, las composiciones literarias necesitaban un rollo que se hacía pegando por sus extremos una cantidad de hojas. La longitud más común de un rollo era de unos 10 metros, pero algunos eran mucho más largos. El gran Papiro Harris que está en el Museo Británico, es el más largo que se ha encontrado; tiene una longitud de 42 metros.
Estos rollos o libros, llamados por los griegos biblía y por los romanos volumina, se encontraban en las bibliotecas públicas y privadas y en las librerías de las grandes ciudades durante los períodos helenístico y romano. Con toda probabilidad, los originales de los Evangelios y de las epístolas del Nuevo Testamento fueron escritos en rollos de papiro lo suficientemente largos como para abarcar todo el libro. Para los Hechos de los Apóstoles, el libro más largo del Nuevo Testamento, habría hecho falta un rollo largo. Para una carta breve como Filemón, 2 ó 3 Juan y Judas, bastaría una sola hoja.
Durante el siglo II d. C. aparecieron los libros encuadernados. Una cantidad de hojas anchas se ponían una sobre otra, luego se doblaban por el medio y se las unía con una costura en el doblez, como las secciones de un libro moderno. Estos libros eran llamados códices. La pluma para escribir en el papiro se hacía con una caña cuya punta había sido deshecha hasta tener la forma de una brocha fina. La tinta era una mezcla de hollín, agua y una sustancia gomosa. Se escribía en columnas de un ancho variable, que por lo general incluían de 14 a 30 letras.
Pergamino. Los manuscritos más famosos y mejor conservados del Nuevo Testamento no están escritos en papiros sino en pergaminos, material hecho con el cuero de cabritos, ovejas, becerros y antílopes. Esos cueros eran curtidos con cal, limpiados, raspados, alisados y extendidos sobre una armazón. Aunque este proceso se usó durante siglos para curtir cueros, los habitantes de Pérgamo se especializaron tanto en ese oficio durante el siglo II a. C. que ese material recibió el nombre de esa ciudad. Por eso en español decimos “pergamino”. Un manuscrito en pergamino era llamado por los griegos διφθέρα [diphthéra], lit. “pedazo de cuero”, y los romanos le daban el nombre de membrana, palabra latina transliterada al griego que usa Pablo en 2 Timoteo 4:13 “Trae, cuando vengas, el capote que dejé en Troas en casa de Carpo, y los libros, mayormente los pergaminos (μεμβράνας [membránas])”.
Durante la última parte del período imperial romano, los pergaminos sustituyeron a los papiros hasta tal punto que éstos perdieron su importancia. Por eso los manuscritos bíblicos producidos en ese tiempo, como el Códice Vaticano y el Códice Sinaítico del siglo IV, están escritos en pergaminos. Eusebio, el historiador eclesiástico, refiere que en 331 d. C. el emperador Constantino ordenó que se prepararan 50 copias de las Escrituras en pergaminos para las iglesias de Constantinopla, la nueva capital del imperio (Vida de Constantino iv. 36).
Los códices de pergamino por lo general se hacían superponiendo cuatro hojas rectangulares, doblándolas por el medio y uniéndolas con una costura en el doblez. Estas secciones eran luego encuadernadas como un libro moderno. Básicamente, este es el método que aún se usa para encuadernar los libros.
La tinta para escribir sobre pergaminos no era por lo general la tinta a base de carbón u hollín que se usaba en los papiros, pues ésta podía borrarse fácilmente, sino una tinta hecha con hierro y bilis o hiel de animales. La pluma fina semejante a una brocha, usada para los papiros, fue reemplazada en el período griego y romano por la pluma dividida en el centro, hecha de caña o de metal. Las líneas horizontales, espaciadas uniformemente e impresas sobre el pergamino con un punzón metálico, daban a la escritura una apariencia uniforme, y las verticales similares señalaban el ancho de las líneas escritas y los márgenes. El efecto de las impresiones de la escritura eran visibles en el reverso como líneas en alto relieve, y por esto sólo se usaba un lado para escribir.
Los pergaminos eran costosos, y con frecuencia en tiempos de dificultades económicas se los usaba de nuevo. El manuscrito era lavado con jabón y agua, y si lo que estaba escrito no desaparecía con ese procedimiento, era raspado con piedra pómez y cuchillos hasta que se eliminaba la mayor parte de la escritura anterior. Un manuscrito escrito en un pergamino usado anteriormente recibe el nombre de codex rescriptus: “códice escrito de nuevo”, o palimpsesto: “raspado de nuevo”. El texto anterior, que se borraba, era por lo general el más importante por ser el más antiguo. Esos palimpsestos son, con frecuencia, muy difíciles de descifrar, y su restauración requiere un estudio paciente y cuidadoso auxiliado por el empleo de fotografías infrarrojas. Los dos manuscritos bíblicos más famosos de este tipo son el Códice de Efrén, que está en París, y un manuscrito de los Evangelios en siríaco, del monasterio de Santa Catalina, del monte Sinaí.
Los pergaminos continuaron siendo el material más importante para escribir hasta el siglo XVI, pues desde entonces cedieron su lugar al papel. Los chinos inventaron el papel en el siglo II a. C., y aunque los árabes lo introdujeron en el mundo occidental en el siglo VIII d. C., su uso no se generalizó hasta el siglo XIII.
Unciales y cursivos. Hay una notable diferencia entre la escritura de los documentos griegos comunes antiguos – tales como cartas y facturas – y la escritura de las obras literarias. Los primeros (cursivos) están escritos con minúsculas y muchas de sus letras están unidas; pero los segundos (unciales) se escribían casi exclusivamente con letras mayúsculas bien formadas y separadas, adaptadas de las mayúsculas que se usaban en las inscripciones. En contraste con los manuscritos hebreos, en los cuales las palabras estaban separadas con una marca o con un espacio, los manuscritos griegos no presentan esas divisiones. En los antiguos manuscritos griegos faltan signos de puntuación, acentos y los espíritus suaves y ásperos (característicos del idioma griego). Las letras mayúsculas de esos manuscritos son llamadas “unciales”, nombre que deriva de la palabra latina uncia, que significa “duodécima parte”. Se supone que una línea común de tal escritura contiene doce de esas letras. Un códice escrito en mayúsculas se llama uncial.
A comienzos del siglo IX empezó a desarrollarse una escritura cursiva más bella y elegante que la antigua para la producción de libros. Las letras eran más pequeñas, tomaban menos espacio y podían escribirse más rápidamente que las unciales. Estas letras fueron llamadas minúsculas, del latín minusculus: de pequeñas dimensiones. El manuscrito más antiguo escrito con minúsculas es un texto griego que ahora está en San Petersburgo y que lleva la fecha de 835 d. C. Desde fines del siglo IX los manuscritos cursivos o en minúscula fueron sustituyendo más y más a los unciales, hasta que fueron completamente reemplazados alrededor de los siglos X u XI. Por lo tanto: (1) son exclusivamente unciales los manuscritos bíblicos griegos escritos hasta el siglo VIII, inclusive; (2) los que pertenecen a los siglos IX y X unos son unciales y otros cursivos; y (3) los del siglo XI en adelante, todos son cursivos.
La manera de escribir es, pues, uno de los factores que ayudan a determinar la antigüedad de un manuscrito bíblico. Otros factores son la forma de las letras, el estilo de la escritura, la clase de abreviaturas usadas y la relación existente entre las letras y las líneas trazadas. Todos estos factores juntos hacen posible que un paleógrafo pueda determinar con aproximación la antigüedad de documentos escritos aun cuando no lleven fecha.
Los escribas, acostumbrados a escribir en columnas angostas en los papiros, continuaron con ese hábito cuando escribían en hojas de pergaminos de un tamaño mucho mayor; por eso escribieron varias columnas en una página. Los manuscritos bíblicos más antiguos bastante completos – el Sinaítico, el Vaticano y el Alejandrino – tienen respectivamente cuatro, tres y dos columnas.
La mayoría de los manuscritos bíblicos unciales tienen dos columnas, semejantes a las Biblias modernas; en cambio, los manuscritos cursivos por lo general sólo tienen una columna por página, pues a medida que pasaba el tiempo se hizo más pequeño el tamaño de los libros.
Otro indicio externo de los antiguos manuscritos bíblicos que ayuda al estudiante del Nuevo Testamento a comprender ciertos problemas de exégesis, es el hecho de que la división de palabras al final de una línea se hacía arbitrariamente, sin regla alguna. De modo que un vocablo podía ser dividido en cualquiera de sus letras. Esto produjo ciertas variantes en los manuscritos bíblicos y en las traducciones. Por ejemplo, en Marcos 10:40 los antiguos traductores al latín leían ἄλλοῖς [állois] en vez de ἄλλ᾽ οἷς [all’ hois], con lo cual Jesús estaba diciendo “para otros está preparado”, en vez de “para quienes está preparado”.
Como los manuscritos antiguos no tenían signos de puntuación, las frases eran a veces divididas incorrectamente. Un ejemplo clásico de esta división se halla en Lucas 23:43. Aunque los escribas separaban a veces los párrafos mediante espacios, sus manuscritos no tenían divisiones por medio de capítulos o versículos como se hace en las Biblias actuales. En el siglo XIII se comenzó la división de la Biblia en capítulos. Según algunos especialistas la hizo Esteban Langton, arzobispo de Canterbury (m. 1228 d. C.); pero según otros el autor de esa innovación fue el cardenal español Hugo de San Caro, alrededor del año 1250 d. C. La división en versículos se introdujo tres siglos después, cuando el editor Roberto Estienne, de París, empleó esas divisiones en su edición grecolatina de 1551 para ayudar a encontrar los pasajes en los dos textos diferentes.
Las palabras sagradas Dios, Señor, Jesús y Cristo casi siempre se abreviaban por medio de una contracción. Se piensa que esto se hacía por reverencia, así como lo hacían los escribas hebreos con el Tetragrámaton (YHWH, las cuatro letras, nombre de Dios) en los MSS hebreos del AT. Con el correr del tiempo aparecieron en los manuscritos abreviaturas y contracciones, en su mayoría palabras relacionadas con Dios y asuntos sagrados. A estas palabras, llamadas nómina sacra, se les colocaba encima un trazo horizontal para indicar la contracción.
Lo antedicho muestra la naturaleza de las variantes textuales que encuentra el estudiante de los manuscritos del Nuevo Testamento. A fin de reconstruir un texto que sea lo más idéntico posible al original, el investigador debe clasificar esas variantes y escoger entre ellas. Esto implica una ardua labor crítica hecha científicamente.
En primer lugar, debe tenerse en cuenta cada manuscrito bíblico existente. Esos manuscritos deben ser estudiados y reproducidos. Estos textos quedan así al alcance de los eruditos en general, y no únicamente como exclusividad de unos pocos doctos en la materia que quizá vivan cerca de donde se conservan esos manuscritos. Este proceso es especialmente necesario en el caso de los manuscritos más antiguos, pues generalmente son los más valiosos para los estudios textuales.
Una comparación de los manuscritos más antiguos con los de fecha más reciente revela errores que pueden reconocerse fácilmente y ser eliminados. A veces los mismos errores aparecen en una cantidad de manuscritos que se remontan en forma particular a un texto llamado “arquetipo”. Si este arquetipo existe, entonces los eruditos pueden desechar, por carecer de importancia para el estudio textual, todas las copias posteriores basadas en dicho arquetipo. Los investigadores comparan después los diversos arquetipos para tratar de llegar a lo que probablemente sea el texto original de todos los manuscritos. Esta tarea de descubrir el arquetipo más antiguo posible, basándose en el material de todos los manuscritos disponibles, se llama recensión.
El trabajo de la crítica textual es más difícil de lo que parece según la descripción precedente. La relación mutua de varios manuscritos no siempre se reconoce fácilmente, pues algunos de ellos pueden no ser nítidos descendientes de un arquetipo, sino híbridos en su forma. El erudito del Nuevo Testamento no sólo debe enfrentar estos problemas sino también comparar, con sentido crítico, las traducciones más antiguas y las citas de pasajes del Nuevo Testamento en los escritos de los padres de la iglesia, y valorar su evidencia comparándolas con la de los manuscritos.
Se sabe que hay más de 5.200 manuscritos del Nuevo Testamento griego. Esta gran cantidad aumenta la obra del especialista en crítica textual; sin embargo, esto es lo que le permite conseguir resultados más fidedignos y satisfactorios que los que hubiera obtenido si sólo tuviera a su disposición unos pocos textos antiguos para sus comparaciones, como es por ejemplo, el caso del erudito que se ocupa de literatura antigua extra bíblica, pero que sólo dispone de unas pocas copias antiguas. Esto sucede con la famosa Constitución ateniense de Aristóteles, y la Didachê, obra cristiana del siglo II, pues en ambos casos sólo se conocen copias muy posteriores. Cuando esto sucede, es imposible determinar la forma original de estos textos.
Muchos de los manuscritos bíblicos no fueron preparados por escribas profesionales, sino – especialmente en los primeros siglos cuando las iglesias todavía eran pobres – por cristianos de escasa educación. La caligrafía deficiente, las muchas faltas de ortografía y otros errores de copia debidos a la poca preparación en el arte de escribir, muestran que así fue. Un típico error de los copistas es el intercambio de sinónimos tales como “hablar”, “decir” o “expresar”. Muchas de esas sustituciones aparecen en los manuscritos del Nuevo Testamento, aunque en tales casos el significado del texto no ha sufrido. Por ejemplo, algunos manuscritos tienen en Mateo 25:11 la palabra ἦλθον [êlthon] “vinieron”, en vez de ἔρχονται [érchontai], “vienen”:
La diferencia sólo atañe a un tiempo verbal (verbo ἔρχομαι [érchomai]) que quizá sea imperceptible en una traducción.
En muchos lugares difiere la secuencia de las palabras de un manuscrito a otro, aunque el pensamiento sea idéntico. También en este caso la mayoría de las diferencias no tienen importancia, como lo demuestra el ejemplo de Mateo 4:1. Observe a continuación las traducciones literales de cuatro manuscritos de este pasaje:
Otra clase de errores frecuentes es la omisión de palabras, de frases o hasta de líneas completas. Todo mecanógrafo sabe cuán fácil es saltar de una palabra a otra igual que se halla en una línea posterior, omitiendo así el trozo que hay entre esas dos palabras. Los eruditos llaman a esto un error “homoioteléutico”, esto es, omisión debido a similitud o parecido de ciertas palabras. En los manuscritos del Nuevo Testamento no sólo se encuentra esta clase de omisión textual, sino también otras.
En otros casos aparecen adiciones en el texto cuando, por ejemplo, se añade el artículo definido en ciertos pasajes, que no los tienen en los manuscritos más antiguos. La palabra “Jesucristo” aparece en lugares donde en los textos más antiguos sólo dice “Jesús”, y también el atributo “santo” se antepone a la palabra “Espíritu”.
Unas variantes son originadas por errores ortográficos; otras, por confundir palabras que parecen similares a la vista, pero que tienen un significado diferente. Los manuscritos más antiguos del Nuevo Testamento se escribieron sólo con mayúsculas, sin espacios entre las palabras, sin signos de puntuación y sin acentos; por lo tanto, era fácil que el ojo inexperto leyera mal ciertas palabras. Además, es evidente que ciertas notas escritas por lectores en los márgenes de algunos manuscritos, a veces se consideraban erróneamente como parte del texto original por algún copista posterior, quien las incorporó a los nuevos manuscritos. Esos copistas pensaban, sin duda, que la anotación marginal era una omisión de un copista anterior, y que se había escrito en el margen después de descubrirse el supuesto error. Por esta razón han aparecido en manuscritos posteriores adiciones que no se hallan en las copias más antiguas.
Además de todas las variantes involuntarias ocasionadas por imperfecciones humanas, aparecen otros cambios en algunos manuscritos posteriores que revelan un esfuerzo intencionado por mejorar el texto. En algunos casos, pasajes difíciles fueron simplificados con observaciones aclaratorias; en otros, palabras toscas fueron reemplazadas por otras más elegantes, y en otros lugares, construcciones gramaticales en desuso fueron cambiadas por otras más comunes. Algunos manuscritos de los Evangelios muestran que sus copistas fueron influenciados por expresiones similares en textos paralelos, y otros cambiaron expresiones poco comunes de citas del Antiguo Testamento para que concordaran con textos del Antiguo Testamento que les eran familiares.
Como los libros del Nuevo Testamento circularon profusamente y muchos miles de copias fueron escritas por personas de diversa capacidad lingüística, es fácil comprender cómo se introdujeron tales variantes en los manuscritos bíblicos. Los dirigentes de la iglesia advirtieron esas diferencias y de vez en cuando se esforzaban por preparar un texto uniforme mediante revisiones; y por eso a veces declaraban que ciertos pasajes eran correctos aunque no siempre se basaban en la evidencia de manuscritos antiguos. En esta manera la iglesia sancionó un texto griego – el Bizantino – que generalmente fue aceptado durante siglos, aunque probablemente difería en muchos detalles de los textos conocidos por la iglesia primitiva.
La colección de los escritos sagrados del Nuevo Testamento encontró su prototipo en el canon del Antiguo Testamento. La Septuaginta -LXX– (Antiguo Testamento), que era en todo el mundo de habla griega la Biblia de los judíos de la dispersión (diáspora), se convirtió en la Biblia de la cristiandad. Los cristianos aceptaron con ella la doctrina judía de la inspiración divina, de modo que en los libros del Antiguo Testamento no veían sólo las palabras de Samuel, David o Isaías, sino más bien la Palabra de Dios, el resultado del Espíritu divino y de una sabiduría divina. Como los cristianos creían que los judíos habían perdido sus privilegios y habían sido rechazados por Dios por rechazar a Cristo, la iglesia cristiana se consideraba a sí misma como la única que tenía derecho a ser dueña de esa Palabra de Dios y de interpretarla. El Antiguo Testamento contenía profecías que señalaban a Cristo y también muchas gloriosas promesas para el verdadero pueblo de Dios, pueblo que los cristianos creían que eran. Todo esto hizo que el Antiguo Testamento fuera amado por los primeros cristianos.
Además del Antiguo Testamento, la iglesia primitiva poseía las “palabras del Señor” como recibidas de Jesús mismo o de los apóstoles que habían sido testigos oculares. La iglesia consideraba las palabras y profecías de Jesús en el mismo nivel de inspiración que las afirmaciones del Antiguo Testamento. Por eso Pablo podía citar el Pentateuco y unirlo con una declaración de Jesús: “Pues la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y: Digno es el obrero de su salario” (1 Timoteo 5:18; cf. Deuteronomio 25:4; Lucas 10:7). Era sencillamente natural que cuando los apóstoles predicaban el Evangelio por todo el mundo, circularan oralmente muchas de las palabras del Señor y muchas reminiscencias en cuanto a él. Un ejemplo de esto lo tenemos cuando Pablo, hablando a los ancianos de Efeso, usó un dicho de Jesús que no aparece en ninguna parte de los Evangelios: “En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35).
Que la tradición oral acerca de las palabras de Jesús existía en el siglo II, queda demostrado por el relato de Eusebio en cuanto al interés manifestado en ellas por Papías, obispo de Hierápolis¹.
Pero al mismo tiempo pueden verse en el más antiguo período cristiano ciertos pasos iniciales para la formación del canon del Nuevo Testamento. En la primera generación de cristianos aparecieron registros escritos de la vida de Cristo. En el prólogo de su Evangelio (Lucas 1:1-4), Lucas testifica de que existían en su tiempo varias obras que describían la vida y las enseñanzas de Jesús, y prosigue asegurando a sus lectores que su narración es digna de fe.
Puede aceptarse que antes de terminar el siglo I la mayoría de las iglesias poseían el Evangelio escrito. Es evidente que los padres de la iglesia estaban familiarizados con estos escritos, pues los citan. La palabra “Evangelio” – εὐαγγέλιον [euaggélion] aparece en el Nuevo Testamento sólo en número singular para designar las alegres nuevas de Jesús. Justino Mártir (c. 150 d. C.) fue el primero que usó el plural “los Evangelios” τὰ εὐαγγελία [tá euaggelía] para designar los relatos escritos de la vida de Jesús².
Además de los Evangelios circulaban otras obras cristianas en la iglesia primitiva; pero las epístolas del apóstol Pablo ocupaban el primer lugar. Pablo escribió generalmente para hacer frente a problemas específicos en ciertas localidades; sin embargo, al mismo tiempo fomentaba la distribución de sus cartas, como es evidente por su pedido de que los colosenses (Colosenses 4:16) y los laodicenses intercambiaran sus cartas. Puede asegurarse que antes de que su carta pasara a otra congregación, por lo general la iglesia que la tenía hacía copia de ella. Las cartas de Pablo fueron quizá las que primero se copiaron, y esa colección de copias creció. Que esta colección ya existía en los días apostólicos puede deducirse por lo que dice Pedro (2 Pedro 3:15-16), alrededor tal vez del año 65 d. C. Así también Clemente Romano, que escribió a la Iglesia de Corinto 30 años después, pudo amonestarles: “Aceptad la epístola del bendito apóstol Pablo” (Take up the epistle of the blessed Paul the Apostle) escrita a los corintios (1 Clemente capítulo 47:1). El hecho de que Clemente continúa refiriéndose al contenido de 1 Corintios parece indicar que esa epístola había sido guardada no sólo en Corinto sino que Clemente tenía también una copia a su disposición en Roma.
Otras epístolas, además de las de Pablo, deben también haber circulado desde los primeros años. Pedro dirigió su primera carta a los cristianos de cinco provincias del Asia Menor, dándole así claramente el carácter de una carta circular. Santiago tuvo el mismo propósito cuando dirigió su epístola “a las doce tribus que están en la dispersión“. Juan dirigió el Apocalipsis a las siete iglesias de la provincia romana de Asia y afirmó específicamente que tenía la inspiración divina en lo que escribía (Apocalipsis 1:1-3; 22:18-19). Es razonable entonces concluir que estos libros rápidamente alcanzaron una amplia circulación.
Frente a estas pruebas es obvio el hecho de que libros que se originaron en el tiempo de los apóstoles, y que referían la vida de Cristo o contenían importantes mensajes de los apóstoles, fueron muy estimados por la iglesia y se reconoció su autoridad.
Los libros del Nuevo Testamento fueron escritos unos 14 siglos antes de que se inventara la imprenta en el mundo occidental. El único método de reproducir la Biblia fue, durante largos siglos, copiar su texto a mano. Todos los manuscritos originales de las Escrituras se han perdido, por lo tanto, el Nuevo Testamento que ahora tenemos es hecho a base de copias, las más antiguas de las cuales se escribieron muchos años después de la muerte de sus autores originales. Es casi seguro que ninguna de las copias que existen fue hecha de los escritos originales, sino de otras copias; y en el proceso de recopiar las Escrituras durante siglos, en manuscritos posteriores de la Biblia se filtraron algunos errores de copia.
La exactitud de las obras impresas se puede comprobar si se dispone de los manuscritos originales del autor; se pueden hacer cambios o correcciones cuando se publica una nueva edición, y esos cambios se ven fácilmente comparando todas las ediciones.
Pero el proceso es diferente cuando se trata de obras que durante siglos han sido escritas a mano y no tenemos los manuscritos originales. En este caso se necesita, con frecuencia, una laboriosa comparación científica antes de que el erudito pueda pensar que probablemente han llegado al texto original de cada pasaje.
Aunque sólo unas pocas de las miles de variantes en el Nuevo Testamento son teológicamente significativas, ya que el teólogo cristiano y el estudiante de la Biblia deben basar su fe en las declaraciones auténticas de los escritores de la Biblia, es sumamente importante la tarea de procurar un texto digno de confianza.
Por lo tanto, al erudito bíblico le corresponde la tarea de estudiar cuidadosamente los manuscritos neotestamentarios, a fin de restablecer un texto que esté tan cerca del original como sea humanamente posible. Generalmente una obra tal se conoce con el nombre de “crítica textual” o “baja crítica”.
Mediante un proceso de diligente estudio crítico, la crítica textual se esfuerza por descubrir y eliminar errores de copistas para llegar a un texto bíblico que, en todo lo posible, sea el mismo que salió de las manos de los escritores originales. Esta obra ha sido sumamente fructífera, y en los últimos años lo que ha logrado la crítica textual y sus descubrimientos, han hecho mucho para restablecer la confianza en el texto de la Biblia.
La historia del canon del Nuevo Testamento no es tan compleja como la del Antiguo Testamento. Aunque las raíces de la formación del canon del Nuevo Testamento se remontan a la era apostólica, durante varios siglos no fue posible lograr un reconocimiento uniforme de todos los libros en toda la cristiandad.
El canon del Nuevo Testamento no comenzó a existir por un decreto papal ni tampoco por la decisión de un concilio ecuménico de la iglesia. Tampoco fue el resultado de un “milagro”, según se afirma en el siguiente relato legendario:
Se dice que los delegados al Concilio de Nicea, deseosos de saber cuáles eran los libros canónicos y cuáles no, colocaron debajo de la mesa de la comunión todos los libros para los cuales se pedía un lugar en el canon. Entonces oraron para que el Señor les mostrara cuáles eran los libros canónicos colocándolos milagrosamente encima del montón. Según el relato, ese milagro sucedió durante la oración, y así se estableció el canon del Nuevo Testamento. Este relato, de origen dudoso, no tiene la más mínima posibilidad de ser cierto.
Al abordar el surgimiento de un canon de la iglesia del Nuevo Testamento, es necesario que la evidencia fundamental proceda del propio NT. El Nuevo Testamento sugiere que los escritos apostólicos fueron aceptados como parte de las Escrituras, junto con el Antiguo Testamento. Como uno podría esperar, tales indicaciones se encuentran especialmente en los libros posteriores del Nuevo Testamento (Lucas 10:7; cf. 1 Timoteo 5:18).
Pablo se refiere al Antiguo Testamento como “las santas Escrituras” (Romanos 1:2), “la palabra de Dios” (Romanos 3:2) y las “Sagradas Escrituras” (2 Timoteo 3:15), títulos que expresan su origen y autoridad divinos. Jesús y los apóstoles usaron la palabra “Escritura” o “Escrituras” sólo en referencia a un conjunto de escritos bien conocido y firmemente establecido. Como cuando Jesús dijo a los dirigentes judíos: “Escudriñad (o Escudriñáis) las Escrituras” (Juan 5:39), o como cuando Pablo discutió con los judíos en Tesalónica “declarando y exponiendo por medio de las Escrituras” (Hechos 17:2, 3), las Escrituras hebreas: la ley, los profetas y los escritos.
La misma autoridad llegó a adjudicarse a los 27 libros del Nuevo Testamento. En 1 Timoteo 5:18 Pablo yuxtapone una declaración de Jesús: “Digno es el obrero de su salario” con una cita del Antiguo Testamento (Deuteronomio 25:4), e introduce ambas con la frase: “Pues la Escritura dice”. La frase introductoria sugiere que Pablo estaba familiarizado con el Evangelio de Lucas y lo reconocía como Escritura. En una manera similar, Pedro reconoce las cartas de Pablo como Escritura, “según la sabiduría que le ha sido dada” (2 Pedro 3:15) colocando sus epístolas en un mismo nivel que “las otras Escrituras” (2 Pedro 3:16), por las cuales indudablemente se refirió al Antiguo Testamento.
Pablo, Pedro y Juan usan expresiones que exhiben claramente su comprensión de estar impulsados, como los profetas de antaño, por el Espíritu Santo (Efesios 3:4, 5; 1 Pedro 1:12; Apocalipsis 1:10, 11). Son conscientes de estar hablando y escribiendo con autoridad divina.
La aplicación de 2 Timoteo 3:16, de que toda Escritura es inspirada por Dios, debiera hacerse no sólo a los libros del Antiguo Testamento sino también a los del Nuevo Testamento. Por tanto, que sus escritos ya estuviesen reconocidos como Escritura inspirada por autores cristianos del siglo II d.C. provee justificación adicional para tal aplicación.