LA HISTORIA DEL CANON BÍBLICO
II – NUEVO TESTAMENTO
Introducción
La historia del canon del Nuevo Testamento no es tan compleja como la del Antiguo Testamento. Aunque las raíces de la formación del canon del Nuevo Testamento se remontan a la era apostólica, durante varios siglos no fue posible lograr un reconocimiento uniforme de todos los libros en toda la cristiandad.
El canon del Nuevo Testamento no comenzó a existir por un decreto papal ni tampoco por la decisión de un concilio ecuménico de la iglesia. Tampoco fue el resultado de un “milagro”, según se afirma en el siguiente relato legendario:
Se dice que los delegados al Concilio de Nicea, deseosos de saber cuáles eran los libros canónicos y cuáles no, colocaron debajo de la mesa de la comunión todos los libros para los cuales se pedía un lugar en el canon. Entonces oraron para que el Señor les mostrara cuáles eran los libros canónicos colocándolos milagrosamente encima del montón. Según el relato, ese milagro sucedió durante la oración, y así se estableció el canon del Nuevo Testamento. Este relato, de origen dudoso, no tiene la más mínima posibilidad de ser cierto.
Al abordar el surgimiento de un canon de la iglesia del Nuevo Testamento, es necesario que la evidencia fundamental proceda del propio NT. El Nuevo Testamento sugiere que los escritos apostólicos fueron aceptados como parte de las Escrituras, junto con el Antiguo Testamento. Como uno podría esperar, tales indicaciones se encuentran especialmente en los libros posteriores del Nuevo Testamento (Lucas 10:7; cf. 1 Timoteo 5:18).
Pablo se refiere al Antiguo Testamento como “las santas Escrituras” (Romanos 1:2), “la palabra de Dios” (Romanos 3:2) y las “Sagradas Escrituras” (2 Timoteo 3:15), títulos que expresan su origen y autoridad divinos. Jesús y los apóstoles usaron la palabra “Escritura” o “Escrituras” sólo en referencia a un conjunto de escritos bien conocido y firmemente establecido. Como cuando Jesús dijo a los dirigentes judíos: “Escudriñad (o Escudriñáis) las Escrituras” (Juan 5:39), o como cuando Pablo discutió con los judíos en Tesalónica “declarando y exponiendo por medio de las Escrituras” (Hechos 17:2, 3), las Escrituras hebreas: la ley, los profetas y los escritos.
La misma autoridad llegó a adjudicarse a los 27 libros del Nuevo Testamento. En 1 Timoteo 5:18 Pablo yuxtapone una declaración de Jesús: “Digno es el obrero de su salario” con una cita del Antiguo Testamento (Deuteronomio 25:4), e introduce ambas con la frase: “Pues la Escritura dice”. La frase introductoria sugiere que Pablo estaba familiarizado con el Evangelio de Lucas y lo reconocía como Escritura. En una manera similar, Pedro reconoce las cartas de Pablo como Escritura, “según la sabiduría que le ha sido dada” (2 Pedro 3:15) colocando sus epístolas en un mismo nivel que “las otras Escrituras” (2 Pedro 3:16), por las cuales indudablemente se refirió al Antiguo Testamento.
Pablo, Pedro y Juan usan expresiones que exhiben claramente su comprensión de estar impulsados, como los profetas de antaño, por el Espíritu Santo (Efesios 3:4, 5; 1 Pedro 1:12; Apocalipsis 1:10, 11). Son conscientes de estar hablando y escribiendo con autoridad divina.
La aplicación de 2 Timoteo 3:16, de que toda Escritura es inspirada por Dios, debiera hacerse no sólo a los libros del Antiguo Testamento sino también a los del Nuevo Testamento. Por tanto, que sus escritos ya estuviesen reconocidos como Escritura inspirada por autores cristianos del siglo II d.C. provee justificación adicional para tal aplicación.
—————————–
———
Introducción
Las Sagradas Escrituras en la iglesia primitiva
————