LA HISTORIA DEL CANON BÍBLICO
II – NUEVO TESTAMENTO
Las Sagradas Escrituras en la iglesia primitiva
La colección de los escritos sagrados del Nuevo Testamento encontró su prototipo en el canon del Antiguo Testamento. La Septuaginta -LXX– (Antiguo Testamento), que era en todo el mundo de habla griega la Biblia de los judíos de la dispersión (diáspora), se convirtió en la Biblia de la cristiandad. Los cristianos aceptaron con ella la doctrina judía de la inspiración divina, de modo que en los libros del Antiguo Testamento no veían sólo las palabras de Samuel, David o Isaías, sino más bien la Palabra de Dios, el resultado del Espíritu divino y de una sabiduría divina. Como los cristianos creían que los judíos habían perdido sus privilegios y habían sido rechazados por Dios por rechazar a Cristo, la iglesia cristiana se consideraba a sí misma como la única que tenía derecho a ser dueña de esa Palabra de Dios y de interpretarla. El Antiguo Testamento contenía profecías que señalaban a Cristo y también muchas gloriosas promesas para el verdadero pueblo de Dios, pueblo que los cristianos creían que eran. Todo esto hizo que el Antiguo Testamento fuera amado por los primeros cristianos.
Además del Antiguo Testamento, la iglesia primitiva poseía las “palabras del Señor” como recibidas de Jesús mismo o de los apóstoles que habían sido testigos oculares. La iglesia consideraba las palabras y profecías de Jesús en el mismo nivel de inspiración que las afirmaciones del Antiguo Testamento. Por eso Pablo podía citar el Pentateuco y unirlo con una declaración de Jesús: “Pues la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y: Digno es el obrero de su salario” (1 Timoteo 5:18; cf. Deuteronomio 25:4; Lucas 10:7). Era sencillamente natural que cuando los apóstoles predicaban el Evangelio por todo el mundo, circularan oralmente muchas de las palabras del Señor y muchas reminiscencias en cuanto a él. Un ejemplo de esto lo tenemos cuando Pablo, hablando a los ancianos de Efeso, usó un dicho de Jesús que no aparece en ninguna parte de los Evangelios: “En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35).
Que la tradición oral acerca de las palabras de Jesús existía en el siglo II, queda demostrado por el relato de Eusebio en cuanto al interés manifestado en ellas por Papías, obispo de Hierápolis¹.
Pero al mismo tiempo pueden verse en el más antiguo período cristiano ciertos pasos iniciales para la formación del canon del Nuevo Testamento. En la primera generación de cristianos aparecieron registros escritos de la vida de Cristo. En el prólogo de su Evangelio (Lucas 1:1-4), Lucas testifica de que existían en su tiempo varias obras que describían la vida y las enseñanzas de Jesús, y prosigue asegurando a sus lectores que su narración es digna de fe.
Puede aceptarse que antes de terminar el siglo I la mayoría de las iglesias poseían el Evangelio escrito. Es evidente que los padres de la iglesia estaban familiarizados con estos escritos, pues los citan. La palabra “Evangelio” – εὐαγγέλιον [euaggélion] aparece en el Nuevo Testamento sólo en número singular para designar las alegres nuevas de Jesús. Justino Mártir (c. 150 d. C.) fue el primero que usó el plural “los Evangelios” τὰ εὐαγγελία [tá euaggelía] para designar los relatos escritos de la vida de Jesús².
Poco a poco se comenzó a usar la frase “escrito está“, que generalmente se utilizaba para citar el Antiguo Testamento, para referirse también a los dichos de Jesús. La primera vez que se la usó fue en la Epístola de Bernabé³ (capítulo 4:3, 14), escrita antes de 150 d. C. El capítulo 14:2 de la así llamada Segunda Epístola de Clemente, de más o menos la misma fecha, habla de la enseñanza de los “Libros de los apóstoles” acerca de la iglesia, referencia que puede incluir los Evangelios y el Antiguo Testamento como los “Libros”, y que ciertamente demuestra la categoría que habían alcanzado las epístolas en ese tiempo.
Además de los Evangelios circulaban otras obras cristianas en la iglesia primitiva; pero las epístolas del apóstol Pablo ocupaban el primer lugar. Pablo escribió generalmente para hacer frente a problemas específicos en ciertas localidades; sin embargo, al mismo tiempo fomentaba la distribución de sus cartas, como es evidente por su pedido de que los colosenses (Colosenses 4:16) y los laodicenses intercambiaran sus cartas. Puede asegurarse que antes de que su carta pasara a otra congregación, por lo general la iglesia que la tenía hacía copia de ella. Las cartas de Pablo fueron quizá las que primero se copiaron, y esa colección de copias creció. Que esta colección ya existía en los días apostólicos puede deducirse por lo que dice Pedro (2 Pedro 3:15-16), alrededor tal vez del año 65 d. C. Así también Clemente Romano, que escribió a la Iglesia de Corinto 30 años después, pudo amonestarles: “Aceptad la epístola del bendito apóstol Pablo” (Take up the epistle of the blessed Paul the Apostle) escrita a los corintios (1 Clemente capítulo 47:1). El hecho de que Clemente continúa refiriéndose al contenido de 1 Corintios parece indicar que esa epístola había sido guardada no sólo en Corinto sino que Clemente tenía también una copia a su disposición en Roma.
Otros testigos de que desde muy antiguo se distribuían los escritos de Pablo son Ignacio y Policarpo. Ambos escribieron en la primera mitad del siglo II. Alrededor del año 117 d. D., Ignacio escribió desde Esmirna a los efesios que Pablo “en toda su Epístola hace mención de vosotros en Cristo Jesús” –who in all his Epistles makes mention of you in Christ Jesus– (capítulo 12). Probablemente a mediados del siglo II Policarpo escribió a los filipenses acerca de Pablo, que “cuando ausente de vosotros os escribió una carta que, si la estudiáis cuidadosamente, encontraréis que es el medio para edificaros en aquella fe que os ha sido dada” – when absent from you, he wrote you a letter, which, if you carefully study, you will find to be the means of building you up in that faith which has been given you-(capítulo 3). En otra parte de la misma epístola (capítulo 12) Policarpo cita a Pablo (Efesios 4:26) como “escritura” (For I trust that ye are well versed in the Sacred Scriptures, and that nothing is hid from you; but to me this privilege is not yet granted. It is declared then in these Scriptures, “Be ye angry, and sin not,” and, “Let not the sun go down upon your wrath)”. Estas afirmaciones indican claramente que tanto Ignacio como Policarpo conocían muy bien por lo menos dos de las cartas de Pablo y que esperaban que las iglesias también las conocieran. Por eso parece probable que circulara ampliamente una colección de las epístolas de Pablo unas pocas décadas después de su muerte.
Otras epístolas, además de las de Pablo, deben también haber circulado desde los primeros años. Pedro dirigió su primera carta a los cristianos de cinco provincias del Asia Menor, dándole así claramente el carácter de una carta circular. Santiago tuvo el mismo propósito cuando dirigió su epístola “a las doce tribus que están en la dispersión“. Juan dirigió el Apocalipsis a las siete iglesias de la provincia romana de Asia y afirmó específicamente que tenía la inspiración divina en lo que escribía (Apocalipsis 1:1-3; 22:18-19). Es razonable entonces concluir que estos libros rápidamente alcanzaron una amplia circulación.
Frente a estas pruebas es obvio el hecho de que libros que se originaron en el tiempo de los apóstoles, y que referían la vida de Cristo o contenían importantes mensajes de los apóstoles, fueron muy estimados por la iglesia y se reconoció su autoridad.
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¹ Historia eclesiástica iii. 39. 1-4
Chapter XXXIX.—The Writings of Papias
Español:
CAPÍTULO XXXIX – Acerca de los escritos de Papías
4:3 The tribulation being made perfect is at hand,
concerning which it is written, as Enoch saith, For to
this purpose the Lord hath cut short the times and the
days, that his beloved might make haste and come into
his inheritance.
4:14 And, moreover, my brethren, consider this. When
ye see that after so many signs and wonders that have
happened in Israel, even then they have been
abandoned, let us take heed lest, as it is written,
many of us be called but few chosen. (cf. Mateo 20:16, 22:14).
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Las Sagradas Escrituras en la iglesia primitiva
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