Las Santas Escrituras deben ser aceptadas como dotadas de autoridad absoluta y como revelación infalible de su voluntad. Texto Biblico, The Holy Scriptures, Textos Bíblicos, Bíblia, Estudo da Bíblia, Palavra de Deus.
Filón (o Filón Judeo) es uno de los mejores ejemplos de los eruditos y filósofos judíos que actuaron bajo la influencia del helenismo. Era un hombre de carácter noble y mente amplia.
Filón nació en Alejandría, quizá entre los años 20 al 10 a. C., creció en la atmósfera de una cultura cosmopolita y de los mejores modelos judíos de pensamiento y estudio, tal vez pertenecía al linaje sacerdotal y pudo haber sido fariseo. Murió alrededor del año 50 d. C.
Moisés fue para Filón el más grande de los antiguos como pensador, legislador y exponente de la verdad divina. Creía que Moisés era el exponente fidedigno de verdades que la filosofía vehementemente había procurado en vano desarrollar.
Para Filón, el resultado deseable del estudio filosófico era comprender la enseñanza de Moisés como la revelación de Dios y la base de la verdad. El propósito de Filón fue destacar esa verdad que el creía que en parte estaba claramente presentada en el libro de Moisés, y en parte sólo en forma embrionaria. Para lograr esto, en su exégesis de las enseñanzas mosaicas aplicó el método alegórico que ya se cultivaba en los círculos literarios alejandrinos; con frecuencia llevó esta alegorización a su expresión extrema.
La influencia del pensamiento filosófico no judío, especialmente el de Platón, dominó fuertemente a Filón. Las referencias a Dios como a un Ser con pies, manos o rostro eran para él un puro antropomorfismo, es decir, era atribuirle características humanas sólo como figuras de dicción.
Filón procuró eliminar todo esto pues creía que no era literalmente verdadero. Dios era “el Ser por esencia”, absolutamente simple, en el cual no se debía pensar como una realidad material sino espiritual, o más bien metafísica. Para Filón la verdadera razón era el Logos.
No personificó al Logos, sino que evidentemente lo reconoció como el Espíritu de Dios. Filón nunca unió las ideas del Logos y del Mesías en una persona divina como lo hizo en forma tan decidida Juan (Juan 1:1-3, 14). La enseñanza moral de Filón, influida por la Torah y por el estoicismo, presenta, humanamente hablando, una quintaesencia de lo mejor de la interpretación que se había ido acumulando de la ley judía.
Creía que el fin supremo del hombre es investigar la voluntad de Dios y cumplirla. Sostenía que la familia, la comunidad y el desarrollo mejor logrado del yo son oportunidades para que todo hombre de espíritu correcto se ejercite en el bien.
La influencia de Filón fue tan extensa, que las enseñanzas de los cristianos platónicos Clemente y Orígenes de Alejandría muestran su impacto cerca de dos siglos más tarde.
En “ENTRE NEHEMÍAS Y LOS MACABEOS” se estudia el origen y la historia de la Septuaginta (LXX), la más antigua traducción del Antiguo Testamento.
Hay varias características que distinguen a la Septuaginta (LXX) cuando se compara con el texto masorético del Antiguo Testamento hebreo. Una de ellas es la presencia de parejas o sinónimos colocados juntos para traducir una sola palabra hebrea. Otra es que la LXX repetidas veces evita la representación antropomórfica de Dios. Esta tendencia era muy característica de algunos judíos de Alejandría de mentalidad más filosófica.
Otra diferencia entre la Septuaginta y el texto masorético es la disposición de algunas secciones. Hay una secuencia diferente en el material de Éxodo 35-39, 1 Reyes 4-11 [3 Reyes en la Septuaginta ], la última parte de Jeremías y el final de Proverbios. Esta tendencia de la Septuaginta también se extiende a la disposición de los libros, que difiere del orden tradicional hebreo de la Ley, los Profetas y los Salmos .
Aunque los manuscritos de la Septuaginta varían algo en detalles en cuanto a su orden, por lo general siguen la disposición que se conserva en las Biblias actuales en castellano.
La diferencia más interesante de todas entre la Septuaginta y el texto tradicional hebreo es, quizá, que algunos pasajes que aparecen en griego no existen en hebreo, mientras que otros que se han conservado en hebreo no aparecen en griego. La extensión de esas variantes difiere: en el Pentateuco los dos textos son muy similares, pero en el libro de Daniel la LXX es muy diferente del texto masorético hebreo. Debido a esta gran discrepancia, la iglesia primitiva rechazó la traducción de la Septuaginta de Daniel y en su lugar colocó la traducción hecha por Teodoción en la última parte del siglo II d. C.
El libro de Daniel en la Septuaginta se usaba tan poco, que hoy sólo han quedado dos manuscritos griegos: una copia entre los papiros de Chester Beatty, del siglo II o III, y el manuscrito o Códice Quisiano, aproximadamente del siglo X.
La presencia en la Septuaginta de material que no está en el texto hebreo tradicional comprende no sólo pasajes aislados sino también libros, pues la Septuaginta contiene los libros que ahora los protestantes conocen generalmente como apócrifos.
Sin embargo, la inclusión de esos libros añadidos al parecer no se debe a un canon hebreo diferente del masorético, sino a que los judíos helenísticos aceptaron los libros que fueron rechazados por sus hermanos de Palestina que eran más conservadores.
Los descubrimientos de manuscritos en Khirbet Qumrán han despertado un nuevo interés en el estudio de la Septuaginta, pues allí se encontraron varios fragmentos hebreos del Antiguo Testamento, cuyo texto está mucho más cerca de la Septuaginta que del texto tradicional hebreo conservado en otros Rollos del Mar Muerto y por los masoretas.
Si bien es cierto que todavía debe determinarse el significado pleno de estos hallazgos de textos hebreos semejantes a la Septuaginta , esto parece indicar que por lo menos algunas de las diferencias entre los textos griego y hebreo hasta ahora conocidas no son meramente el resultado de malas traducciones o de una tarea hecha con descuido, sino que más bien se basan en originales hebreos diferentes.
Es evidente que por lo menos ya en el siglo I a. C. circulaba más de una clase de textos hebreos. Esto hace suponer, además, que uno de ellos representaba el que se conserva en la Septuaginta (LXX), y otro, al que se encuentra en la mayoría de los Rollos del Mar Muerto y en el texto masorético; sin embargo, las conclusiones finales acerca de la relación de estos textos deben esperar una investigación más amplia.
Segundo de Baruc -o Apocalipsis de Baruc- es una compilación de varias obras. Describe la captura de Jerusalén por los babilonios (586 a, C.) e intenta justificar los caminos de Dios en su trato con Israel. También se lo conoce como el “Baruc siríaco” por haberse preservado en un único manuscrito en esa lengua de su versión griega.
En él se declara que el hombre puede cumplir la ley, y que los justos son salvados por sus obras.
Enseña que el reino mesiánico se establecerá pronto, y que entonces Israel será un imperio mundial con Jerusalén como su capital.
Este libro probablemente fue escrito en la última mitad del siglo I d. C. o después.
El estudio de la historia del canon del Antiguo Testamento indica que la colección de libros que llamamos el Antiguo Testamento se realizó en el siglo V AC, con Esdras y Nehemías, los dos grandes líderes de ese período de restauración, con toda probabilidad los encabezadores de esa obra.
Se basa esta conclusión en que el Antiguo Testamento no contiene ningún libro posterior. La tradición judía del siglo I AC confirma esta conclusión.
La preparación de la Septuaginta, que comenzó en el siglo III AC, es una evidencia de que existía un canon del Antiguo Testamento en ese tiempo.
Otro testimonio son las citas y referencias de Jesús Ben Sirác al Antiguo Testamento, a comienzos del siglo II AC; unos pocos años después, el edicto de Antíoco Epífanes para destruir los libros sagrados de los judíos; y las declaraciones del nieto de Jesús Ben Sirác, por el año 132 AC, que menciona la triple división de la Biblia hebrea y la existencia de su traducción griega en su tiempo.
Jesucristo y los apóstoles creyeron definidamente en la autoridad e inspiración de la Biblia hebrea, como se puede ver por numerosos testimonios que comprueban este hecho. La Biblia de ellos tenía la misma división triple y probablemente el mismo orden de los libros de la Biblia hebrea actual.
Además, centenares de citas tomadas de por lo menos 30 libros del Antiguo Testamento muestran la elevada estima en que eran tenidos esos escritos por el fundador de la fe cristiana y sus seguidores inmediatos.
La historia del canon del Antiguo Testamento en la iglesia cristiana, después de la era apostólica, se centraliza en la cuestión de aceptar o rechazar los libros judíos apócrifos.
Aunque esos libros fueron rechazados por los apóstoles y los escritores cristianos hasta mediados del siglo II, y fuera de duda por los judíos mismos, a pesar de ello esos escritos espurios recibieron la bienvenida en la iglesia cristiana hacia el fin del siglo II.
Desde allí en adelante nunca fueron proscritos por la Iglesia Católica.
Los reformadores tornaron una posición firme en el rechazo de los apócrifos, pero después de su muerte esos libros fueron aceptados una vez más en algunas iglesias protestantes, aunque finalmente fueron rechazados por la mayoría de ellas en el siglo XIX.
Más serio es el concepto de los modernistas en cuanto al Antiguo Testamento. No creen en la inspiración de los libros del Antiguo Testamento ni en su origen remoto.
Este proceso de secularización – que coloca el Antiguo Testamento en el mismo nivel de otras producciones literarias antiguas – es más pernicioso para la iglesia cristiana que la indiferencia anterior hacia los apócrifos, puesto que destruye la fe del creyente en el origen divino de aquellos libros de la Biblia de los cuales dijo Cristo “dan testimonio de mí” (Juan 5: 39).
Por lo tanto, cada creyente cristiano debe estar convencido del origen divino de estos libros del Antiguo Testamento por cuyo medio los apóstoles cristianos probaron la validez de su fe y doctrinas.
Que esos libros hayan sobrevivido a varias catástrofes nacionales de la nación judía en la antigüedad y a los insidiosos ataques de oscuras fuerzas, dentro y fuera de la iglesia cristiana,es una sólida prueba de que esos escritos han recibido la protección divina.
La Iglesia Anglicana fue más liberal en el uso de los apócrifos. El Libro de oración común prescribió, en 1662, la lectura de ciertas secciones de los libros apócrifos para varios días de fiesta¹, así como para lectura diaria durante algunas semanas en el otoño. Con todo, los Treinta y Nueve Artículos hacen diferencia entre los apócrifos y el canon.²
La Iglesia Reformada se ocupó de los apócrifos durante su concilio de Dordrecht, en 1618. Franciscus Gomarus (François Gomaer) y otros reformadores exigieron la eliminación de los apócrifos de las Biblias impresas. Aunque no prosperó esa exigencia, la condenación de los apócrifos por el concilio fue sin embargo tan vigorosa, que desde ese tiempo la Iglesia Reformada se opuso enérgicamente a su uso.
La mayor lucha contra los apócrifos se realizó en Inglaterra durante la primera mitad del siglo XIX. Se editó una gran cantidad de publicaciones, de 1811 a 1852, para investigar los méritos y errores de estos libros extracanónicos del Antiguo Testamento. El resultado fue un rechazo general de los apócrifos por los dirigentes y teólogos eclesiásticos y una clara decisión de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera de excluir los apócrifos, de allí en adelante, de todas las Biblias publicadas por esa sociedad.
“La Sagrada Escritura contiene todo lo necesario para la salvación de tal manera que lo que no se lea en ella o pueda probarse a través de ella, no se exige a ningún hombre que sea creído como artículo de Fe, o se piense que sea requisito o condición para la salvación. En el nombre de la Sagrada Escritura, entendemos esos libros Canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento, cuya autoridad nunca ofreció ninguna duda en la Iglesia.
De los nombres y números de los Libros Canónicos:
Génesis
Éxodo
Levítico
Números
Deuteronomiov Josué
Jueces
Ruth
El primer libro de Samuel
El segundo libro de Samuel
El primer libro de los Reyes
El segundo libro de los Reyes
El primer libro de las Crónicas
El segundo libro de las Crónicas
El primer libro de Esdrás
El segundo libro de Esdrás
El libro de Ester
El libro de Job
Los Salmos
Los Proverbios
Eclesiastés
El Cantar de los Cantares de Salomón
Los cuatro profetas mayores
Los cuatro profetas menores
Y los otros Libros (como dice Jeremías) los lee la Iglesia como ejemplo de vida e instrucción de modales y sin embargo los aplica sin establecer ninguna doctrina. Tales son los siguientes:
El tercer libro de Esdrás
El cuarto libro de Esdrás
El libro de Tobías
El libro de Judit
El resto del libro de Ester
El libro de la sabiduría
Jesús, el hijo de Sirá
Baruch, el profeta
La canción de los tres niños
La historia de Susana
Bel y el dragón
La plegaria de Manasés
El primer libro de los Macabeos
El segundo libro de los Macabeos
Todos los libros del Nuevo Testamento, tal y como son comúnmente recibidos, los recibimos y los consideramos Canónicos.”
Jerónimo (siglo V), el traductor de la Biblia al latín – la Vulgata – que ha llegado a ser la Biblia oficial católica, fue el último escritor de la iglesia que arguyó enérgicamente a favor de no aceptar nada sino los escritos hebreos y de rechazar los apócrifos.¹
Sin embargo, la mayoría de los dirigentes de las iglesias occidentales aceptaron en sus días los apócrifos y les dieron la misma autoridad que al Antiguo Testamento. Esto se puede ver por los escritos de varios autores de la Edad Media, por algunas enseñanzas de la Iglesia Católica Romana que se basan en los apócrifos y por las decisiones tomadas por diversos concilios regionales de la iglesia (Hipona en 393, Cartago en 397).
En términos generales, la iglesia occidental generalmente ha reconocido los apócrifos como del mismo valor que los libros canónicos del Antiguo Testamento, pero los escritores de las iglesias orientales generalmente los han usado mucho más escasamente que sus colegas occidentales.
El primer concilio ecuménico que tomó un acuerdo a favor de aceptar los apócrifos del Antiguo Testamento fue el Concilio de Trento.
El propósito principal del Concilio de Trento fue trazar planes para combatir la Reforma. Puesto que los reformadores procuraban eliminar todas las prácticas y enseñanzas que no tenían base bíblica, y la Iglesia Católica no podía encontrar apoyo para algunas de sus doctrinas en la Biblia a menos que los escritos apócrifos fueran considerados como parte de ella, se vio forzada a reconocerlos como canónicos.
Esa canonización se efectuó el 8 de abril de 1546, cuando por primera vez fue publicada por un concilio ecuménico una lista de los libros canónicos del Antiguo Testamento. Esa lista no sólo contenía los 39 libros del Antiguo Testamento, sino también 7 libros apócrifos* y adiciones apócrifas a Daniel y Ester. Desde ese tiempo, estos libros apócrifos – ni aun reconocidos como canónicos por los judíos – tienen el mismo valor autorizado para un católico romano que cualquier libro de la Biblia.
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“Evite ella [la iglesia] todos los escritos apócrifos, y si es inducida a leer los tales no por la verdad de las doctrinas que contienen sino por respeto de los milagros contenidos en ellos, comprenda ella que no fueron realmente escritos por aquellos a quienes se los atribuye; que en ellos se han introducido muchos elementos imperfectos y que se requiere infinita discreción para buscar oro en medio de la escoria”¹ (Carta CVII a Laeta, párrafo 23, cita traducida de A Select Library of Nicene and Post Nicene Fathers of the Christian Church [Una selecta biblioteca de Padres de la iglesia, nicenos y postnicenos], 2.a serie, t. VI, p. 194).
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* Como se señala a lo largo de nuestro estudio, ellos son: Libro de Tobías, Libro de Judit, primer Libro de los Macabeos, segundo Libro de los Macabeos, Libro de la Sabiduría, Libro del Eclesiástico, Libro de Baruc. A los libros apócrifos también se los ha llamado “deuterocanónicos”; literalmente, “de segunda inspiración”, o “de inspiración posterior”.
El hecho es que los judíos (entre ellos Josefo, el conocido historiador eclesiástico), fieles custodios de los libros del Antiguo Testamento, han rechazado los libros apócrifos hasta hoy. Por su parte, prominentes padres de la Iglesia, como Orígenes, Hilario, Gregorio y Eusebio no los aceptaron como canónicos. Tampoco Jerónimo, el traductor de la Biblia al latín en la versión llamada la Vulgata, como puede verse en su enfática declaración: “Los libros de Judit, de Tobías, de la Sabiduría, del Eclesiástico, de los Macabeos, no son canónicos”.
En su Diccionario de controversia, Teófilo Gay indica varias razones para no incluir los libros apócrifos entre los canónicos: la ya mentada de su rechzo por los judíos y por varios padres de la Iglesia; su aceptación tardía como canónica por la Iglesia Católica; otra razón es que a diferencia de los libros del Antiguo Testamento aceptados por todos como canónicos, los cuales fueron escritos en hebreo (con algún trozo en lengua aramea intercalado), la mayoría de los apócrifos fueron escritos en griego. Por último, otras dos razones muy valederas para excluirlos del canon: una, que Jesús y los apóstoles citaron los libros canónicos (y con ello los autenticaron), y nunca los apócrifos; y otra, que los apócrifos incurrem en errores doctrinales y contradicciones, cosa inaceptable desde el momento que la Inspiración no está dividida, ni jamás se contradice: “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme á esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8: 20).
En los escritos de los primeros padres de la iglesia, fueron aceptados como canónicos todos los 24 libros de la Biblia hebrea. Tan sólo en la iglesia oriental surgió alguna leve duda ocasional en cuanto a la inspiración del libro de Ester. Los libros apócrifos judíos no fueron aceptados por los más antiguos escritores de la iglesia cristiana.
Los escritos de los llamados padres apostólicos, que produjeron sus obras después de la muerte de los apóstoles hasta el año 150 d.C. aproximadamente, no contienen ninguna cita real de los apócrifos sino tan sólo unas pocas referencias a ellos. Esto muestra que originalmente los apócrifos no fueron puestos en pie de igualdad con los escritos canónicos del Antiguo Testamento en la estimación de esos dirigentes de la iglesia.
Sin embargo, los padres de la iglesia de períodos posteriores apenas si hacen diferencia alguna entre los apócrifos y el Antiguo Testamento. Comienzan citas de ambas colecciones con las mismas fórmulas. Esta evolución no parece extraña en vista de las precoces tendencias a la apostasía perceptibles en muchos sectores de la primera iglesia cristiana. Cuando fue abandonada la sencillez de la fe cristiana, los hombres se volvieron a libros que sostenían su opinión, que no era bíblica, acerca de ciertas enseñanzas, y encontraron este apoyo parcial en los libros apócrifos judíos, rechazados aun por los mismos judíos.
Filón de Alejandría (murió por el año 42 DC) era un filósofo judío que escribió en el tiempo de Cristo. Sus obras contienen citas de 16 de los 24 libros de la Biblia hebrea. Puede ser accidental que sus escritos no contengan citas de Ezequiel, Daniel y las Crónicas y otros cinco libros pequeños.
El historiador Josefo, escribiendo por el año 90 DC, hizo una declaración importante acerca del canon, en su obra Contra Apión:
“Por esto entre nosotros no hay multitud de libros que discrepan y disienten entre sí; sino solamente veintidós libros, que abarcan la historia de todo tiempo y que, con razón, se consideran divinos. De entre ellos cinco son de Moisés, y contienen las leyes y la narración de lo acontecido desde el origen del género humano hasta la muerte de Moisés. Este espacio de tiempo abarca casi tres mil años. Desde Moisés hasta la muerte de Artajerjes, que reinó entre los persas después de Jerjes, los profetas que sucedieron a Moisés reunieron en trece libros lo que aconteció en su época. Los cuatro restantes ofrecen himnos en alabanza de Dios y preceptos utilísimos a los hombres.”¹ (Flavio Josefo, Contra Apión, Libro I, 8).
Necesita una explicación la declaración de Josefo referente a que la Biblia de los judíos contenía 22 libros, porque se sabe que había realmente 24 libros en la Biblia hebrea antes de él y en su tiempo. Su división de 5 “libros de Moisés”, 13 libros de “profetas” y 4 libros de “himnos a Dios y preceptos para la conducta de la vida humana”, sigue más de cerca el orden de la Septuaginta que el de la Biblia hebrea; proceder comprensible puesto que escribió para lectores que hablaban griego. Pero la base de su declaración -que la Biblia hebrea tenía 22 libros- se debió probablemente a una práctica hebrea que surgió entre algunos que procuraban ajustar el número de libros de las Escrituras de acuerdo con el número de las letras del alfabeto hebreo. Probablemente Josefo computó a Rut junto con Jueces, y Lamentaciones junto con Jeremías, o posiblemente dejó afuera dos de los libros que pueden haberle parecido de poca importancia.
Otro autor judío de ese tiempo, que escribió la obra espuria llamada 4 Esdras (apócrifo), es el primer testigo que indica que el número de libros de la Biblia hebrea era 24 (cap. 14:45).
Hacia el fin del siglo I o comienzos del II, se celebró un concilio de eruditos judíos en Jamnia, al sur de Jaffa, en Palestina. Ese concilio fue presidido por Gamaliel II, junto con el rabí Akiba, el erudito judío más influyente de ese tiempo, y que fue el espíritu rector de la asamblea.
Puesto que algunos judíos consideraban ciertos libros apócrifos como de igual valor que los libros canónicos del Antiguo Testamento, los judíos querían colocar su sello oficial sobre un canon que había existido inmutable por un largo tiempo y que -así lo sentían- necesitaba ser resguardado contra posibles adiciones.
Por lo tanto, este concilio no estableció el canon del Antiguo Testamento sino sólo confirmó una posición sostenida durante siglos en cuanto a los libros de la Biblia hebrea. Con todo, es cierto que, en algunos sectores, fue cuestionada la canonicidad del Eclesiastés, Cantares, Proverbios y Ester. Pero el mencionado rabí Akiba eliminó las dudas con su autoridad y elocuencia, y esos libros mantuvieron su lugar en el canon hebreo.
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¹ “For we have not an innumerable multitude of books among us, disagreeing from and contradicting one another, [as the Greeks have,] but only twenty-two books, which contain the records of all the past times; which are justly believed to be divine; and of them five belong to Moses, which contain his laws and the traditions of the origin of mankind till his death. This interval of time was little short of three thousand years; but as to the time from the death of Moses till the reign of Artaxerxes king of Persia, who reigned after Xerxes, the prophets, who were after Moses, wrote down what was done in their times in thirteen books. The remaining four books contain hymns to God, and precepts for the conduct of human life.” Web: Early Jewish Writings, Flavius Josephus Against Apion, Book I, 8; o FLAVIUS JOSEPHUS OF THE ANTIQUITY OF THE JEWS. AGAINST APION. BOOK I, 8.
Cristo no sólo testificó de la existencia de la triple división de la Biblia Hebrea (Lucas 24:44) sino también de que conocía el orden de sucesión de los libros.
Cuando Jesús dijo a los fariseos que se les pediría cuenta por los crímenes cometidos “desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que murió entre el altar y el templo” (Lucas 11:51; cf. Mateo 23:35), hizo referencia a Abel, el primer mártir, mencionado en el primer libro de la Biblia (Génesis 4:8) y a Zacarías, cuyo martirio se describe en el último libro de la Biblia hebrea (2 Crónicas 24:20-22).
Si Jesús hubiera mencionado la palabra “hasta” en un sentido cronológico, habría mencionado al profeta Urías que fue muerto por Joacim más de un siglo después de Zacarías (Jeremías 26:20-23). La declaración de Cristo proporciona pues una clara evidencia de que en sus días el orden de la Biblia hebrea ya estaba firmemente establecido.
Que Zacarías sea llamado el “hijo de Berequías” en Mateo 23:35, pero “hijo” de “Joiada” en 2 Crónicas 24:20, no debiera explicarse – como lo hacen algunos comentadores – como resultado de la confusión de Mateo, o de algún copista posterior, con el profeta “Zacarías hijo de Berequías”, que vivió siglos después en el tiempo de Darío I (Zacarías 1:1). Joiada, padre de Zacarías, puede haber tenido un segundo nombre, como lo tenían muchos judíos, o Berequías puede haber sido el abuelo materno de Zacarías o bien su verdadero padre y Joiada el abuelo más famoso. La palabra “hijo”, con el significado de “nieto”, era común en la usanza hebrea (ver 2 Reyes 9:2, 20).
Cualquiera sea la interpretación correcta de esta aparente dificultad, los comentadores desde Jerónimo en adelante casi unánimemente han reconocido en el Zacarías mencionado por Jesús al hombre de 2 Crónicas 24:20.
Jesucristo fue un firme creyente en la autoridad de la Biblia tal como existía en su tiempo, y también lo fueron sus apóstoles. Esto se ve manifiestamente en varias declaraciones. Jesús dijo: “Erráis, ignorando las Escrituras” (Mateo 22:29). Y presentó pruebas de su mesianismo citando las tres divisiones de las Escrituras del Antiguo Testamento, cuando dijo que “era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos” (Lucas 24:44; cf. vers. 25-27). También colocó la creencia en los escritos de Moisés junto con la creencia en sus propias enseñanzas: “Si no creéis a sus escritos”, preguntó el Salvador, “¿cómo creeréis a mis palabras?” (Juan 5:47; cf. vers. 46).
Otra declaración igualmente indudable es presentada por el apóstol Pedro: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo. ” (2 Pedro 1:19-21).
Estas declaraciones muestran claramente que Cristo y sus apóstoles estaban firmemente convencidos de que el Antiguo Testamento – la Biblia de sus días – era inspirado y tenía autoridad.
En la era apostólica se usó por primera vez la expresión “Antiguo Testamento” con referencia a los libros de la Biblia hebrea. En un pasaje muy discutido, el apóstol Pablo dice que permanece un velo sobre los ojos de los judíos hasta los días del apóstol “en la lección del antiguo testamento” τῆςπαλαιᾶςδιαθήκης [tês palaiãs diathêkês] (2 Corintios 3:14, Reina-Valera Antigua); “el antiguo pacto” (Reina-Valera 1960)
Los comentadores están divididos en su interpretación de la expresión τῆςπαλαιᾶςδιαθήκης [tês palaiãs diathêkês] “antiguo testamento” (“antiguo pacto”) de este pasaje, pero puesto que Pablo se refiere a algo que es leído por los judíos, la explicación más plausible es ver en él una referencia ya sea al Pentateuco o a toda la Biblia hebrea. Dado que el término Antiguo Testamento implica la existencia del término Nuevo Testamento, es posible que los apóstoles y otros cristianos quizá ya hayan usado esta última expresión para denominar los escritos acerca de la vida y obra de Cristo, quizá uno de los Evangelios.
Las muchas citas del Antiguo Testamento que se encuentran en el Nuevo también dan un importante testimonio de la autoridad atribuida a los libros del Antiguo Testamento por los autores de los escritos cristianos. Algunas de las citas son cortas, y muchas de las expresiones del libro del Apocalipsis son muy similares a las que se hallan en Daniel, pero pueden no ser realmente citas.
En el siglo II a. C, el rey seléucida¹ Antíoco Epífanes procuró helenizar a los judíos y aplastar su espíritu nacionalista. Eliminó sus ritos religiosos, cambió sus formas de vida y trató de destruir su literatura sagrada. Este rey persiguió a los judíos de ideología conservadora y suspendió los servicios del templo entre los años 168 y 165 a. C. Al referirse a sus actividades, Primero y Segundo de los Macabeos, dos libros apócrifos, citan frases de Daniel 8 y 9².
Después de una descripción de los esfuerzos hechos en ese tiempo para introducir ritos paganos, Primero de los Macabeos 1:56, 57 dice lo siguiente acerca de este punto: “Rompían y echaban al fuego los libros de la Ley que podían hallar. Al que encontraban con un ejemplar de la Alianza en su poder, o bien descubrían que observaba los preceptos de la Ley, la decisión del rey le condenaba a muerte.” (Biblia de Jerusalén).
Fue probablemente durante este período, mientras estaba prohibida la lectura de los libros del Pentateuco, cuando comenzó la práctica de leer en los servicios religiosos pasajes de los profetas en lugar de pasajes de la ley. Estos pasajes de los libros proféticos fueron llamados más tarde haftarot, y se leían en relación con secciones de la ley tan pronto como se levantaron las restricciones (cf. Lucas 4:16, 17; Hechos 13:15, 27).
Muchos libros se salvaron de la destrucción durante ese período de desgracia nacional, cuando toda la vida religiosa de los judíos estuvo en peligro. La tradición judía sostiene que la preservación de muchos libros se debió al valor y a los esfuerzos de Judas Macabeo. En el segundo libro de los Macabeos, escrito en los comienzos del siglo I a. C, se declara que Judas Macabeo “reunió todos los libros dispersos a causa de la guerra que sufrimos, los cuales están en nuestras manos” (2 Macabeos 2:14).
Por el año 132 AC, el nieto de Jesús Ben Sirác tradujo al griego la obra hebrea de su abuelo, llamada Eclesiástico. Le añadió un prólogo histórico en el cual se menciona tres veces la triple división del canon del Antiguo Testamento.
Por este tiempo también se escribió el libro apócrifoPrimero de los Macabeos. En él se cita el libro de los Salmos (1 Macabeos 7:17). Daniel es mencionado (1 Macabeos 2:60), así como sus tres amigos, junto con Abrahán, José, Josué, David, Elías y otros antiguos varones de Dios. Aquí se tiene la impresión clara de que el autor de 1 Macabeos consideraba el libro de donde recibió la información acerca de Daniel como una de las obras antiguas, y no como una nueva adición del siglo de los Macabeos, como lo pretende la alta crítica.
El primer testimonio de la expresión “Escritura” usada para designar ciertas partes de la Biblia es la Carta de Aristeas (secciones 155 y 168 de Apocrypha and Pseudepigrapha, de R. H. Charles, t. 2.) Esa carta fue escrita posiblemente entre 96 y 63 AC. Ese término, usado regularmente por los últimos escritores del Nuevo Testamento al referirse a los libros del Antiguo Testamento, es empleado por Aristeas para designar el Pentateuco.
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¹ Los “seleúcidas” constituyen la dinastía fundada por Seleuco, general de Alejandro. “Epífanes” es una referencia a la pretensión de Antioco IV de que él era una manifestación o epifanía de Dios.
² 1 Macabeos 1:54 aplica la frase βδέλυγμα ἐρημώσεως [bdélugma erêmôseôs] “abominación desoladora” de Daniel 9:27 (βδέλυγμα τῶν ἐρημώσεων [bdélugma tôn erêmôseôn] “abominación de las desolaciones”) a lo que hizo Antíoco Epífanes en el altar del templo judío: levantó un ídolo en él, y sacrificó un cerdo, para horror de todos los devotos judíos, para quienes los cerdos fueron siempre animales que ni siquiera se debían tocar (cf. Levítico 11:7, 8)). Pero Jesús en su discurso del Monte de los Olivos dijo que la “abominación de la desolación” mencionada por Daniel todavía se hallaba en el futuro (Mateo 24:15), y añadió; “el que lee, entienda”. De manera que si queremos entender el significado del “cuerno pequeño” de Daniel 8, tendremos que llegar a la conclusión, con Jesús, de que no pudo haber sido Antíoco Epífanes, que murió en el año 164 AC, casi doscientos años antes del discurso del Monte de los Olivos.