Las Santas Escrituras deben ser aceptadas como dotadas de autoridad absoluta y como revelación infalible de su voluntad. Texto Biblico, The Holy Scriptures, Textos Bíblicos, Bíblia, Estudo da Bíblia, Palavra de Deus.
Flavio Josefo, el escritor judío más conocido y más ampliamente citado de este período, fue sacerdote, erudito, oficial del ejército por accidente, e historiador de gran importancia. Nació alrededor del año 37 d. C. de una noble familia sacerdotal de Jerusalén, y decía que era de ascendencia asmonea. Después de familiarizarse con las tres sectas judías más importantes de sus días -fariseos, saduceos y esenios- se hizo fariseo a los 22 ó 23 años. Cuatro años más tarde fue a Roma donde intercedió en vano por algunos, judíos que habían caído en desgracia con Félix, el procurador de Palestina.
Mientras estaba en Roma quedó tan impresionado con el poderío del imperio, que cuando la gran revolución de los años 66-73 d. C. estaba a punto de estallar, Josefo, como Herodes Agripa II, procuró con todo fervor convencer a los judíos de la inutilidad de rebelarse contra Roma. Era en realidad un conservador que, por principio, se oponía a una revolución. Pero los judíos rechazaron el consejo de Josefo por lo que, cuando tenía unos 30 años, se vio implicado en la revolución que culminó con la destrucción de Jerusalén. Cuando los judíos lo nombraron gobernador de Galilea, encabezó lastropas de esa provincia contra los romanos, pero fue derrotado, capturado y retenido como prisionero durante dos años. Cuando Josefo fue llevado ante el general romano Vespasiano, profetizó que este general llegaría a ser emperador; y cuando en el año 69 d. C. Vespasiano fue elegido emperador por sus tropas, Josefo fue puesto en libertad bajo palabra. Como tributo a la protección del emperador, Josefo tomó el nombre de Flavio, que era el nombre de la familia de Vespasiano. Los romanos lo enviaron como emisario ante los judíos revolucionarios antes de la destrucción de Jerusalén, a fin de inducirlos a que se rindieran. Cumplió su misión con buena voluntad, pero sin éxito.
Josefo vivió en Roma la mayor parte del resto de su vida. Allí recibió una pensión y la ciudadanía romana, así como el obsequio de una propiedad en Judea. Dedicó la última mitad de su vida a escribir. Durante ese tiempo produjo cuatro obras principales:
Guerra de los judíos. Es la más antigua de las obras históricas de Josefo. Fue escrita primero en arameo y después fue traducida al griego por peritos lingüísticos bajo su supervisión. Tan sólo ha quedado la traducción griega. La escribió alrededor del año 79 d. C. y consta de siete libros. Narra la historia de los judíos desde que Antíoco Epífanes tomó a Jerusalén hasta el fin de la gran guerra romana en el año 73 d. C. La primera parte de esta historia se basa principalmente en la obra de Nicolás de Damasco; la segunda parte consiste más o menos de las propias observaciones de Josefo, a las que sin duda añadió elementos que estuvieron a su alcance en los registros de Roma. Al escribir esta obra, Josefo quizá esperaba persuadir a los judíos de Mesopotamia para que no intentaran sublevarse como lo habían hecho sus hermanos de Palestina con trágicas consecuencias.
Antigüedades judaicas. La segunda gran obra de Josefo, escrita durante los años 93 y 94 d. C., es una breve historia del pueblo de Dios desde la creación hasta los comienzos de la guerra romana en el año 66 d. D. La primera parte de esta obra sigue muy de cerca el relato bíblico de acuerdo con la Septuaginta (LXX), aunque a veces Josefo presenta como hechos algunos elementos de las tradiciones de los fariseos. En lo que respecta a la parte de su obra que trata del período que sigue al Antiguo Testamento, Josefo aparentemente usa como fuente 1 Macabeos y los escritos de Polibio, Estrabón y Nicolás de Damasco. Los resultados testifican de la verdad de su confesión que hacia el final de su obra se sentía cansado de su tarea. En Antigüedades se hace referencia a una cantidad de personajes judíos que también aparecen en el Nuevo Testamento, tales como Juan el Bautista (Antigüedades xviii. 5. 2), Santiago, el hermano del Señor (Id. xx. 9. 1) y Judas el galileo (Id. xviii. l. 6). También hay un párrafo (Id. xviii. 3. 3) en donde Jesús de Nazaret es descrito en términos sumamente favorables, con una referencia a su crucifixión y resurrección. Ese pasaje declara acerca de Jesús que “El era [el] Cristo”. El consenso general de los eruditos es que este pasaje contiene interpolaciones cristianas que no expresan el pensar de Josefo mismo.
Contra Apión. Es una defensa de las enseñanzas de los judíos. Apión era un enemigo de los judíos que para Josefo llegó a ser el gentil típico. Refiriéndose a él hace una apología del judaísmo, y puesto que Josefo era fariseo, es esta la clase de judaísmo que defiende. Esta obra también es importante por los fragmentos que conserva de los escritos perdidos del historiador babilonio Beroso y del historiador egipcio Manetón.
La vida es la autobiografía de Josefo. Fue escrita principalmente como respuesta a un tal justo que había acusado a Josefo de ser el espíritu propulsor de la revolución judía. En toda la obra el autor se presenta como partidario de los romanos, punto de vista. que difícilmente se confirma con su relato de Guerra de los judíos.
Las obras de Josefo han sido muy examinadas por los críticos, y con resultados adversos, pues no estuvo exento de partidarismos. Favoreció a los romanos en contraposición a los judíos rebeldes, y favoreció a los judíos en contraposición a los gentiles. Un proceder tal es comprensible en un escritor que vivió en un tiempo de intensas divisiones; que trató de hacer la apología de un pueblo cuya conducta lo había llevado a la derrota y a quedar subyugado, pero cuyo espíritu aún estaba intacto.
Cuando Josefo en algunos puntos es sometido a la prueba de la arqueología y de escritores menos parciales y que tratan las mismas cuestiones, se descubre que a veces fue descuidado al escribir sobre aspectos históricos. Sin embargo, permanece el hecho de que sin la obra de Josefo habría amplias brechas en el conocimiento que existe no sólo de la historia de los judíos sino también de los romanos. Josefo murió alrededor del año 100 d. C.
Filón de Alejandría (murió por el año 42 DC) era un filósofo judío que escribió en el tiempo de Cristo. Sus obras contienen citas de 16 de los 24 libros de la Biblia hebrea. Puede ser accidental que sus escritos no contengan citas de Ezequiel, Daniel y las Crónicas y otros cinco libros pequeños.
El historiador Josefo, escribiendo por el año 90 DC, hizo una declaración importante acerca del canon, en su obra Contra Apión:
“Por esto entre nosotros no hay multitud de libros que discrepan y disienten entre sí; sino solamente veintidós libros, que abarcan la historia de todo tiempo y que, con razón, se consideran divinos. De entre ellos cinco son de Moisés, y contienen las leyes y la narración de lo acontecido desde el origen del género humano hasta la muerte de Moisés. Este espacio de tiempo abarca casi tres mil años. Desde Moisés hasta la muerte de Artajerjes, que reinó entre los persas después de Jerjes, los profetas que sucedieron a Moisés reunieron en trece libros lo que aconteció en su época. Los cuatro restantes ofrecen himnos en alabanza de Dios y preceptos utilísimos a los hombres.”¹ (Flavio Josefo, Contra Apión, Libro I, 8).
Necesita una explicación la declaración de Josefo referente a que la Biblia de los judíos contenía 22 libros, porque se sabe que había realmente 24 libros en la Biblia hebrea antes de él y en su tiempo. Su división de 5 “libros de Moisés”, 13 libros de “profetas” y 4 libros de “himnos a Dios y preceptos para la conducta de la vida humana”, sigue más de cerca el orden de la Septuaginta que el de la Biblia hebrea; proceder comprensible puesto que escribió para lectores que hablaban griego. Pero la base de su declaración -que la Biblia hebrea tenía 22 libros- se debió probablemente a una práctica hebrea que surgió entre algunos que procuraban ajustar el número de libros de las Escrituras de acuerdo con el número de las letras del alfabeto hebreo. Probablemente Josefo computó a Rut junto con Jueces, y Lamentaciones junto con Jeremías, o posiblemente dejó afuera dos de los libros que pueden haberle parecido de poca importancia.
Otro autor judío de ese tiempo, que escribió la obra espuria llamada 4 Esdras (apócrifo), es el primer testigo que indica que el número de libros de la Biblia hebrea era 24 (cap. 14:45).
Hacia el fin del siglo I o comienzos del II, se celebró un concilio de eruditos judíos en Jamnia, al sur de Jaffa, en Palestina. Ese concilio fue presidido por Gamaliel II, junto con el rabí Akiba, el erudito judío más influyente de ese tiempo, y que fue el espíritu rector de la asamblea.
Puesto que algunos judíos consideraban ciertos libros apócrifos como de igual valor que los libros canónicos del Antiguo Testamento, los judíos querían colocar su sello oficial sobre un canon que había existido inmutable por un largo tiempo y que -así lo sentían- necesitaba ser resguardado contra posibles adiciones.
Por lo tanto, este concilio no estableció el canon del Antiguo Testamento sino sólo confirmó una posición sostenida durante siglos en cuanto a los libros de la Biblia hebrea. Con todo, es cierto que, en algunos sectores, fue cuestionada la canonicidad del Eclesiastés, Cantares, Proverbios y Ester. Pero el mencionado rabí Akiba eliminó las dudas con su autoridad y elocuencia, y esos libros mantuvieron su lugar en el canon hebreo.
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¹ “For we have not an innumerable multitude of books among us, disagreeing from and contradicting one another, [as the Greeks have,] but only twenty-two books, which contain the records of all the past times; which are justly believed to be divine; and of them five belong to Moses, which contain his laws and the traditions of the origin of mankind till his death. This interval of time was little short of three thousand years; but as to the time from the death of Moses till the reign of Artaxerxes king of Persia, who reigned after Xerxes, the prophets, who were after Moses, wrote down what was done in their times in thirteen books. The remaining four books contain hymns to God, and precepts for the conduct of human life.” Web: Early Jewish Writings, Flavius Josephus Against Apion, Book I, 8; o FLAVIUS JOSEPHUS OF THE ANTIQUITY OF THE JEWS. AGAINST APION. BOOK I, 8.
Apenas si hay registros existentes de la historia de los judíos durante los siglos IV y III a. C. Sólo se conocen dos registros de este período que tengan alguna relación con la historia de la Biblia:
(1) La tradición de la visita de Alejandro a Jerusalén y
(2) la preparación de la traducción griega del Antiguo Testamento hecha en Egipto y llamada la Septuaginta (generalmente se abrevia LXX).
De acuerdo con Josefo, la visita de Alejandro a Jerusalén se efectuó después de la caída de Gaza, en noviembre del año 332 AC. Según el relato, cuando fue a castigar a los judíos por haber rehusado ayudarle con tropas en su guerra contra los persas, fuera de las murallas de Jerusalén vino a su encuentro una procesión de sacerdotes presididos por el sumo sacerdote Jadúa. Se dice que entonces el rey fue llevado al templo, donde se le dio la oportunidad de ofrecer sacrificios y se le mostró, en el libro de Daniel, que uno de los griegos – presumiblemente Alejandro – estaba designado por las profecías divinas para destruir el imperio persa. Esto complació tanto a Alejandro que confirió favores a los judíos (Josefo, Antigüedades, Libro XI, capítulo VIII. 4, 5).¹
El relato, tal como lo presenta Josefo, ha sido considerado como ficticio por la mayoría de los eruditos. Su aceptación requeriría la existencia del libro de Daniel en el tiempo de Alejandro Magno, al paso que ellos sostienen que el libro no fue escrito antes del período de los Macabeos, en el siglo II AC. Sin embargo, hay abundantes evidencias internas a favor de la verdad de este relato. Si es verdadero, el relato proporciona una prueba más de que los judíos no sólo poseían el libro de Daniel sino que también estudiaban las profecías que contenía.
La traducción de la Septuaginta (LXX) fue preparada por los judíos de habla griega de Egipto, pero pronto alcanzó una circulación considerable entre los judíos que estaban ampliamente dispersos.
Las fuentes para conocer su origen están en:
(1) La reputada Carta de Aristeas, escrita posiblemente entre 96 y 63 a. C;
(2) Una declaración de Filón, filósofo judío alejandrino del tiempo de Cristo (Filón, Vida de Moisés II. 5-7),
(3) Los libros de Josefo, escritos poco después (Antigüedades xii. 2; Contra Apión II. 4).
En estas obras se narra un relato legendario en cuanto a la traducción del Pentateuco por 72 eruditos judíos, en 72 días, durante el reinado del rey Tolomeo II de Egipto (285-247 a. C). El relato nos dice que esos hombres trabajaron independientemente, pero produjeron 72 ejemplares de una traducción en la cual concordaba cada palabra, lo que mostraba que su traducción había sido realizada bajo la inspiración del Espíritu Santo.
Aunque este relato fue urdido con el propósito de conseguir una pronta aceptación de la traducción griega entre los judíos y de colocarla en pie de igualdad con el texto hebreo, fuera de duda contiene algunos hechos históricos. Uno de ellos es que la traducción comenzó con el Pentateuco y que se llevó a cabo bajo Tolomeo II. No se sabe cuándo se completó la traducción de todo el Antiguo Testamento. Esto puede haber sucedido en el siglo III a. C o a comienzos del siglo II.
Sin embargo, la Septuaginta completa es mencionada por el traductor del Eclesiástico de Jesús Ben Sirác, en el prólogo que añadió a este libro apócrifo. El prólogo fue escrito por el año 132 a. C, y se refiere a la Biblia griega como algo que ya existía. Al hacer referencia al libro del Eclesiástico, o Sabiduría de Jesús Ben Sirác, que fue compuesto en hebreo por el año 180 a. C, vale la pena señalar de paso que su autor tenía acceso a la mayoría de los libros del Antiguo Testamento. Esto se advierte porque cita, o se refiere, a 19 de los 24 libros de la Biblia hebrea.
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¹ Texto en español:
“4. Sanabalet, juzgando ser propicia la ocasión, abandonó la causa de Darío, y tomando con él ocho mil de sus súbditos, se rindió a Alejandro. Lo alcanzó ocupado en el sitio de Tiro, y le dijo que le entregaría las zonas que estaban bajo su dominio y que de buen grado lo aceptaba a él en vez de Darío. Alejandro lo recibió satisfecho; en cuanto a Sanabalet, tomando confianza, expuso sus propósitos, diciendo que tenía un yerno de nombre Manasés, hermano del pontífice de los judíos, Jad, y que con él había muchos hombres de la misma raza que querían que se
construyera un templo en su territorio. Añadió que era de su interés dividir a los judíos, pues si estando unidos tramaban algo, darían mucho que hacer a los reyes, como antes había acontecido con los asirios. Y es así como, con el permiso de Alejandro, Sanabalet diligentemente edificó el templo, y nombró sacerdote a Manasés, imaginando que esto sería un gran honor para sus nietos. Luego, después de siete meses, pasados en el sitio de Tiro y dos en el de Gaza, Alejandro, una vez conquistada Gaza, determinó subir a Jerusalén. Jad, al saber esto, temió y se angustió, recordando de qué modo recibió a los macedonios y que el rey estaría indignado por la anterior negativa. Por lo tanto, ordenó al pueblo que rogara y ofreció sacrificios a Dios para que protegiera a su pueblo y lo librara de los peligros que lo amenazaban. Como se durmiera después del sacrificio, Dios lo exhortó a que tuviera buen ánimo, que ornara la ciudad y abriera las puertas, y el pueblo con vestiduras blancas y él y los sacerdotes revestidos de sus ornamentos le salieran al encuentro, sin temer nada malo, pues Dios los protegería. Una vez despierto se alegró en gran manera y luego de contar a otros el oráculo, aprestó lo que en sueños sede había ordenado, para recibir al rey.
5. Cuando se informó que no se encontraba muy lejos de la ciudad, salió con los sacerdotes y los laicos, y avanzó al encuentro de Alejandro con una solemnidad y dignidad que no se podían comparar con las de otros pueblos. Marchó hasta un lugar denominado Safa. Esta palabra interpretada en griego significa Observatorio, pues desde allí se veían Jerusalén y el Templo. Los fenicios y caldeos que estaban en compañía del rey se imaginaban que éste les permitiría saquear la ciudad y encarnizarse con el pontífice, lo que parecía muy verosímil por su indignación contra el último; pero pasó todo lo contrario. Alejandro, al contemplar desde lejos a la multitud con vestidos blancos, a cuyo frente iban los sacerdotes con túnicas de lino, y el pontífice con su vestidura de color de jacinto tejida con oro, con la tiara en la cabeza y la lámina de oro en la que estaba escrito el nombre de Dios, se aceró solo y, antes de saludar al sacerdote, veneró este nombre. Todos los judíos entonces a una voz saludaron a Alejandro y lo rodearon. Los reyes de Siria y los restantes se admiraron y sospecharon que Alejandro había perdido el espíritu. Parmenio fué el único que se le acercó y le preguntó qué pasaba, que mientras todos lo adoraban a él, él se inclinaba frente al gran sacerdote de los judíos. -No lo adoré a él -dijo Alejandro- sino al Dios cuyo sumo sacerdocio ejerce. Lo vi en esta forma, en sueños, en Dión de Macedonia, mientras me preocupaba la forma de apoderarme de toda Asia,y me exhortó a que no dudara, y que procediera confiadamente; él conduciría mi ejército y me entregaría el imperio de los persas. Por esto, puesto que a ninguno otro vi en esta forma, ahora recordé la aparición y la exhortación. Creo que mi expedición se ha realizado por inspiración divina; es así como he vencido a Darío y me he impuesto a los persas y tendré éxito en los proyectos que elaboro en mi espíritu. Luego que dio esta respuesta a Parmenio, entró en la ciudad, dando la derecha al pontífice y seguido de todos los sacerdotes; subió al Templo y ofreció un sacrificio a Dios, de acuerdo con lo prescrito por el sumo sacerdote y dio pruebas de gran respeto al pontífice y a los sacerdotes. Le enseñaron el libro de Daniel, en el cual se anuncia que el imperio de los griegos destruirá al de los persas; creyendo que se refería a él, satisfecho despidió a la multitud. Los llamó de nuevo al día siguiente, y les dijo que pidieran lo que quisieran. El pontífice solicitó que se les permitiera vivir de acuerdo con sus leyes, y que cada siete años se los librara de pagar tributos; Alejandro lo otorgó. Además le pidieron que permitiera a los judíos que vivían en Babilonia y en Media que pudieran observar sus leyes; prometió que así se haría. Dijo luego a la multitud que si algunos querían agregarse a su ejército, podrían atenerse a sus costumbres, pues él estaba dispuesto a recibirlos; muchos de ellos con ánimo alegre se ofrecieron.”
Los cuatro siglos de historia judía desde la conquista de Alejandro Magno (332 a. C.) hasta la destrucción del templo de Jerusalén (70 d.C.) fueron un período de considerable actividad religiosa, política e intelectual. No es, pues, sorprendente que también se caracterizaran por un notable conjunto de producciones literarias, muchas de las cuales aún existen.
Esas obras son de naturaleza religiosa, pues la religión estaba entretejida en todos los aspectos de la vida judía. Al mismo tiempo reflejan acentuadamente las tendencias políticas e intelectuales de ese tiempo.
La literatura de este período está constituida por:
(1) Libros conocidos como “apócrifos” y “seudoepigráficos”, que consisten de literatura sapiencial, relatos patrióticos, hechos históricos y obras apocalípticas;
(2) los escritos de la comunidad de Qumrán (probablemente esenios), la mayoría de los cuales provienen de las cuevas descubiertas cerca de mar Muerto;
(3) los tratados alegóricos de Filón de Alejandría, el teólogo-filósofo helenístico;
(4) las obras de Josefo.
Después de la destrucción del templo, y más aún después de que fue sofocada la revolución encabezada por Simón Barcoquebas (132-135 d. C.), la vida y el pensamiento de los judíos experimentaron profundos cambios.
Como habían terminado tanto el ritual del templo como su existencia como entidad política, los judíos concentraron sus energías intelectuales en un esfuerzo para no ser absorbidos cultural y racialmente por el mundo gentil; y lo hicieron dando énfasis a los aspectos legales de su vida religiosa y ocupándose minuciosamente en ellos, tendencia que ya tenía una larga historia, especialmente entre los fariseos.
Si bien es cierto que al principio sus disposiciones legales fueron preservadas mayormente mediante la tradición oral, desde comienzos del siglo II tomaron una forma literaria definida, y en el siglo VI ya se habían convertido en lo que ahora se conoce como el Talmud, la compilación tradicional de la ley judía.
Junto con el Talmud surgió un extenso comentario tradicional judío de las Escrituras conocido como el Midrash (o Midrás). Una buena parte de esto resultó de la exposición del Antiguo Testamento en las sinagogas. La literatura proveniente del Midrash no alcanzó su forma final hasta aproximadamente el año 1000.
Se tratará brevemente cada uno de estos tipos de antigua literatura judía.