Las Santas Escrituras deben ser aceptadas como dotadas de autoridad absoluta y como revelación infalible de su voluntad. Texto Biblico, The Holy Scriptures, Textos Bíblicos, Bíblia, Estudo da Bíblia, Palavra de Deus.
Diferencias entre los cánones protestante y católico
Como se puede ver abajo*, existen marcadas diferencias entre los cánones protestante y católico. Tanto la Iglesia Católica Romana como la Iglesia Ortodoxa incluyen varios libros en sus cánones reconocidos que no están incluidos ni en el canon judío ni en el protestante. Libros como Tobías, Judit, las añadiduras a Ester, etcétera, se clasificaron como libros “apócrifos“, dado que su origen no estaba claro.
En “ENTRE NEHEMÍAS Y LOS MACABEOS” se estudia el origen y la historia de la Septuaginta (LXX), la más antigua traducción del Antiguo Testamento.
Hay varias características que distinguen a la Septuaginta (LXX) cuando se compara con el texto masorético del Antiguo Testamento hebreo. Una de ellas es la presencia de parejas o sinónimos colocados juntos para traducir una sola palabra hebrea. Otra es que la LXX repetidas veces evita la representación antropomórfica de Dios. Esta tendencia era muy característica de algunos judíos de Alejandría de mentalidad más filosófica.
Otra diferencia entre la Septuaginta y el texto masorético es la disposición de algunas secciones. Hay una secuencia diferente en el material de Éxodo 35-39, 1 Reyes 4-11 [3 Reyes en la Septuaginta ], la última parte de Jeremías y el final de Proverbios. Esta tendencia de la Septuaginta también se extiende a la disposición de los libros, que difiere del orden tradicional hebreo de la Ley, los Profetas y los Salmos .
Aunque los manuscritos de la Septuaginta varían algo en detalles en cuanto a su orden, por lo general siguen la disposición que se conserva en las Biblias actuales en castellano.
La diferencia más interesante de todas entre la Septuaginta y el texto tradicional hebreo es, quizá, que algunos pasajes que aparecen en griego no existen en hebreo, mientras que otros que se han conservado en hebreo no aparecen en griego. La extensión de esas variantes difiere: en el Pentateuco los dos textos son muy similares, pero en el libro de Daniel la LXX es muy diferente del texto masorético hebreo. Debido a esta gran discrepancia, la iglesia primitiva rechazó la traducción de la Septuaginta de Daniel y en su lugar colocó la traducción hecha por Teodoción en la última parte del siglo II d. C.
El libro de Daniel en la Septuaginta se usaba tan poco, que hoy sólo han quedado dos manuscritos griegos: una copia entre los papiros de Chester Beatty, del siglo II o III, y el manuscrito o Códice Quisiano, aproximadamente del siglo X.
La presencia en la Septuaginta de material que no está en el texto hebreo tradicional comprende no sólo pasajes aislados sino también libros, pues la Septuaginta contiene los libros que ahora los protestantes conocen generalmente como apócrifos.
Sin embargo, la inclusión de esos libros añadidos al parecer no se debe a un canon hebreo diferente del masorético, sino a que los judíos helenísticos aceptaron los libros que fueron rechazados por sus hermanos de Palestina que eran más conservadores.
Los descubrimientos de manuscritos en Khirbet Qumrán han despertado un nuevo interés en el estudio de la Septuaginta, pues allí se encontraron varios fragmentos hebreos del Antiguo Testamento, cuyo texto está mucho más cerca de la Septuaginta que del texto tradicional hebreo conservado en otros Rollos del Mar Muerto y por los masoretas.
Si bien es cierto que todavía debe determinarse el significado pleno de estos hallazgos de textos hebreos semejantes a la Septuaginta , esto parece indicar que por lo menos algunas de las diferencias entre los textos griego y hebreo hasta ahora conocidas no son meramente el resultado de malas traducciones o de una tarea hecha con descuido, sino que más bien se basan en originales hebreos diferentes.
Es evidente que por lo menos ya en el siglo I a. C. circulaba más de una clase de textos hebreos. Esto hace suponer, además, que uno de ellos representaba el que se conserva en la Septuaginta (LXX), y otro, al que se encuentra en la mayoría de los Rollos del Mar Muerto y en el texto masorético; sin embargo, las conclusiones finales acerca de la relación de estos textos deben esperar una investigación más amplia.
La Iglesia Anglicana fue más liberal en el uso de los apócrifos. El Libro de oración común prescribió, en 1662, la lectura de ciertas secciones de los libros apócrifos para varios días de fiesta¹, así como para lectura diaria durante algunas semanas en el otoño. Con todo, los Treinta y Nueve Artículos hacen diferencia entre los apócrifos y el canon.²
La Iglesia Reformada se ocupó de los apócrifos durante su concilio de Dordrecht, en 1618. Franciscus Gomarus (François Gomaer) y otros reformadores exigieron la eliminación de los apócrifos de las Biblias impresas. Aunque no prosperó esa exigencia, la condenación de los apócrifos por el concilio fue sin embargo tan vigorosa, que desde ese tiempo la Iglesia Reformada se opuso enérgicamente a su uso.
La mayor lucha contra los apócrifos se realizó en Inglaterra durante la primera mitad del siglo XIX. Se editó una gran cantidad de publicaciones, de 1811 a 1852, para investigar los méritos y errores de estos libros extracanónicos del Antiguo Testamento. El resultado fue un rechazo general de los apócrifos por los dirigentes y teólogos eclesiásticos y una clara decisión de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera de excluir los apócrifos, de allí en adelante, de todas las Biblias publicadas por esa sociedad.
“La Sagrada Escritura contiene todo lo necesario para la salvación de tal manera que lo que no se lea en ella o pueda probarse a través de ella, no se exige a ningún hombre que sea creído como artículo de Fe, o se piense que sea requisito o condición para la salvación. En el nombre de la Sagrada Escritura, entendemos esos libros Canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento, cuya autoridad nunca ofreció ninguna duda en la Iglesia.
De los nombres y números de los Libros Canónicos:
Génesis
Éxodo
Levítico
Números
Deuteronomiov Josué
Jueces
Ruth
El primer libro de Samuel
El segundo libro de Samuel
El primer libro de los Reyes
El segundo libro de los Reyes
El primer libro de las Crónicas
El segundo libro de las Crónicas
El primer libro de Esdrás
El segundo libro de Esdrás
El libro de Ester
El libro de Job
Los Salmos
Los Proverbios
Eclesiastés
El Cantar de los Cantares de Salomón
Los cuatro profetas mayores
Los cuatro profetas menores
Y los otros Libros (como dice Jeremías) los lee la Iglesia como ejemplo de vida e instrucción de modales y sin embargo los aplica sin establecer ninguna doctrina. Tales son los siguientes:
El tercer libro de Esdrás
El cuarto libro de Esdrás
El libro de Tobías
El libro de Judit
El resto del libro de Ester
El libro de la sabiduría
Jesús, el hijo de Sirá
Baruch, el profeta
La canción de los tres niños
La historia de Susana
Bel y el dragón
La plegaria de Manasés
El primer libro de los Macabeos
El segundo libro de los Macabeos
Todos los libros del Nuevo Testamento, tal y como son comúnmente recibidos, los recibimos y los consideramos Canónicos.”
Jerónimo (siglo V), el traductor de la Biblia al latín – la Vulgata – que ha llegado a ser la Biblia oficial católica, fue el último escritor de la iglesia que arguyó enérgicamente a favor de no aceptar nada sino los escritos hebreos y de rechazar los apócrifos.¹
Sin embargo, la mayoría de los dirigentes de las iglesias occidentales aceptaron en sus días los apócrifos y les dieron la misma autoridad que al Antiguo Testamento. Esto se puede ver por los escritos de varios autores de la Edad Media, por algunas enseñanzas de la Iglesia Católica Romana que se basan en los apócrifos y por las decisiones tomadas por diversos concilios regionales de la iglesia (Hipona en 393, Cartago en 397).
En términos generales, la iglesia occidental generalmente ha reconocido los apócrifos como del mismo valor que los libros canónicos del Antiguo Testamento, pero los escritores de las iglesias orientales generalmente los han usado mucho más escasamente que sus colegas occidentales.
El primer concilio ecuménico que tomó un acuerdo a favor de aceptar los apócrifos del Antiguo Testamento fue el Concilio de Trento.
El propósito principal del Concilio de Trento fue trazar planes para combatir la Reforma. Puesto que los reformadores procuraban eliminar todas las prácticas y enseñanzas que no tenían base bíblica, y la Iglesia Católica no podía encontrar apoyo para algunas de sus doctrinas en la Biblia a menos que los escritos apócrifos fueran considerados como parte de ella, se vio forzada a reconocerlos como canónicos.
Esa canonización se efectuó el 8 de abril de 1546, cuando por primera vez fue publicada por un concilio ecuménico una lista de los libros canónicos del Antiguo Testamento. Esa lista no sólo contenía los 39 libros del Antiguo Testamento, sino también 7 libros apócrifos* y adiciones apócrifas a Daniel y Ester. Desde ese tiempo, estos libros apócrifos – ni aun reconocidos como canónicos por los judíos – tienen el mismo valor autorizado para un católico romano que cualquier libro de la Biblia.
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“Evite ella [la iglesia] todos los escritos apócrifos, y si es inducida a leer los tales no por la verdad de las doctrinas que contienen sino por respeto de los milagros contenidos en ellos, comprenda ella que no fueron realmente escritos por aquellos a quienes se los atribuye; que en ellos se han introducido muchos elementos imperfectos y que se requiere infinita discreción para buscar oro en medio de la escoria”¹ (Carta CVII a Laeta, párrafo 23, cita traducida de A Select Library of Nicene and Post Nicene Fathers of the Christian Church [Una selecta biblioteca de Padres de la iglesia, nicenos y postnicenos], 2.a serie, t. VI, p. 194).
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* Como se señala a lo largo de nuestro estudio, ellos son: Libro de Tobías, Libro de Judit, primer Libro de los Macabeos, segundo Libro de los Macabeos, Libro de la Sabiduría, Libro del Eclesiástico, Libro de Baruc. A los libros apócrifos también se los ha llamado “deuterocanónicos”; literalmente, “de segunda inspiración”, o “de inspiración posterior”.
El hecho es que los judíos (entre ellos Josefo, el conocido historiador eclesiástico), fieles custodios de los libros del Antiguo Testamento, han rechazado los libros apócrifos hasta hoy. Por su parte, prominentes padres de la Iglesia, como Orígenes, Hilario, Gregorio y Eusebio no los aceptaron como canónicos. Tampoco Jerónimo, el traductor de la Biblia al latín en la versión llamada la Vulgata, como puede verse en su enfática declaración: “Los libros de Judit, de Tobías, de la Sabiduría, del Eclesiástico, de los Macabeos, no son canónicos”.
En su Diccionario de controversia, Teófilo Gay indica varias razones para no incluir los libros apócrifos entre los canónicos: la ya mentada de su rechzo por los judíos y por varios padres de la Iglesia; su aceptación tardía como canónica por la Iglesia Católica; otra razón es que a diferencia de los libros del Antiguo Testamento aceptados por todos como canónicos, los cuales fueron escritos en hebreo (con algún trozo en lengua aramea intercalado), la mayoría de los apócrifos fueron escritos en griego. Por último, otras dos razones muy valederas para excluirlos del canon: una, que Jesús y los apóstoles citaron los libros canónicos (y con ello los autenticaron), y nunca los apócrifos; y otra, que los apócrifos incurrem en errores doctrinales y contradicciones, cosa inaceptable desde el momento que la Inspiración no está dividida, ni jamás se contradice: “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme á esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8: 20).
En los escritos de los primeros padres de la iglesia, fueron aceptados como canónicos todos los 24 libros de la Biblia hebrea. Tan sólo en la iglesia oriental surgió alguna leve duda ocasional en cuanto a la inspiración del libro de Ester. Los libros apócrifos judíos no fueron aceptados por los más antiguos escritores de la iglesia cristiana.
Los escritos de los llamados padres apostólicos, que produjeron sus obras después de la muerte de los apóstoles hasta el año 150 d.C. aproximadamente, no contienen ninguna cita real de los apócrifos sino tan sólo unas pocas referencias a ellos. Esto muestra que originalmente los apócrifos no fueron puestos en pie de igualdad con los escritos canónicos del Antiguo Testamento en la estimación de esos dirigentes de la iglesia.
Sin embargo, los padres de la iglesia de períodos posteriores apenas si hacen diferencia alguna entre los apócrifos y el Antiguo Testamento. Comienzan citas de ambas colecciones con las mismas fórmulas. Esta evolución no parece extraña en vista de las precoces tendencias a la apostasía perceptibles en muchos sectores de la primera iglesia cristiana. Cuando fue abandonada la sencillez de la fe cristiana, los hombres se volvieron a libros que sostenían su opinión, que no era bíblica, acerca de ciertas enseñanzas, y encontraron este apoyo parcial en los libros apócrifos judíos, rechazados aun por los mismos judíos.
La “Epístola de Jeremías” es mayormente una fervorosa amonestación contra la idolatría. En realidad, no es una epístola, ni fue escrita por el profeta. Es una disertación, basada en Jeremías 10:11, (“Les diréis así: Los dioses que no hicieron los cielos ni la tierra, desaparezcan de la tierra y de debajo de los cielos“) estimulando a los judíos a aferrarse al Dios de sus padres y a no ser fascinados por los ídolos de la tierra de su cautiverio, que son sólo metal y madera inertes.
Aunque la “Epístola de Jeremías” es una composición independiente en la Septuaginta (LXX) y en muchas versiones se la imprime separadamente, en la Vulgata Latina y otras versiones, antiguas y modernas, la agregan al libro apócrifo de Baruc como apéndice o como capítulo 6.
Es una corta exhortación que consta de un breve preámbulo y 72 versículos (en las versiones castellanas).
Este libro da evidencias de haber sido escrito originalmente en griego -aunque no se puede eliminar la posibilidad de que fuera redactada en hebreo o en arameo-, probablemente entre los siglos IV y II a. C.
Sabiduría, (Sabiduría de Salomón) es un tratado político-religioso que combina conceptos teológicos del Antiguo Testamento con ideas filosóficas alejandrinas derivadas del platonismo y del estoicismo.
Este libro apócrifo está dividido en dos secciones. La primera trata de la sabiduría y la segunda es histórica.
El libro estimula a los judíos a apoyar la sabiduría y la justicia, y muestra la necedad del paganismo.
Su segunda mitad es un bosquejo religioso-filosófico de la historia de los tiempos del Pentateuco. Atribuye la preservación de los siervos de Dios, desde Adán a Moisés y más adelante, a la sabiduría (caps. 10 y 11), y muestra la locura de la idolatría (caps. 13-15). Las historias de Israel y de Egipto son una demostración especial de los resultados de la sabiduría por un lado y la necedad por la otra (caps. 16-19).
En todo el libro se destaca la obra del Espíritu de Dios. Enseña que el hombre está compuesto de cuerpo, alma y un espíritu inmortal, y que posee libre albedrío. Aunque no dice nada del Mesías, el autor de esta obra presenta un día de juicio para los impíos y los justos.
Tanto los eruditos católicos como protestantes por lo general sostienen que este libro -escrito en griego- es un producto del judaísmo helenístico del siglo II o I a.C. Probablemente fue escrito en Alejandría.
Primero de Esdras a veces es llamado el “Esdras griego”. En la Vulgata latina, Esdras y Nehemías tienen el título de 1 y 2 Esdras, y este libro apócrifo se conoce como 3 Esdras. Lo omiten la Biblia de Jerusalén (BJ) y demás Biblias actuales autorizadas por la Iglesia Católica. La parte más extensa de este libro consiste de elementos que también se encuentran en 2 Crónicas, Esdras y Nehemías.
Este libro fue compuesto originalmente a comienzos del siglo II a.C. probablemente en hebreo. A mediados de ese siglo fue traducido al griego tal vez por un judío egipcio.
Primero de Esdras ofrece un informe independiente del período cubierto por porciones de 2 Crónicas., Esdras y Nehemías, y comienza con la celebración de la Pascua durante el reinado de Josías (621 a.C.) y se extiende hasta la lectura del libro de la ley por Esdras, el escriba (444 a.C.).
Con frecuencia no es coherente con las fuentes canónicas y consigo mismo; por ello, a menudo se lo describe como ficción histórica. Ni los católicos ni los protestantes lo aceptan como canónico.
Se lo conoce más por su informe de una prueba de ingenio entre 3 miembros de la guardia personal del rey Darío I, quienes buscan la mejor respuesta a la pregunta: “¿Qué es lo más fuerte del mundo?” (1 Esdras 3:5-4:63).
El 1º afirmó: “El vino es lo más fuerte”. El 2º dijo: “El rey es lo más fuerte”. Pero el 3º, que se sugiere fue Zorobabel, declaró: “Las mujeres son lo más fuerte, pero la verdad vence a todo lo demás”.
Ante esta respuesta, la gente aplaudió y gritó: “Grande es la verdad, lo más fuerte de todo” (4:41).
La narración describe este evento como la oportunidad que aprovechó Zorobabel para obtener el decreto de Darío para continuar con la reconstrucción del templo de Jerusalén (vers. 43-57).
Los cuatro siglos de historia judía desde la conquista de Alejandro Magno (332 a. C.) hasta la destrucción del templo de Jerusalén (70 d.C.) fueron un período de considerable actividad religiosa, política e intelectual. No es, pues, sorprendente que también se caracterizaran por un notable conjunto de producciones literarias, muchas de las cuales aún existen.
Esas obras son de naturaleza religiosa, pues la religión estaba entretejida en todos los aspectos de la vida judía. Al mismo tiempo reflejan acentuadamente las tendencias políticas e intelectuales de ese tiempo.
La literatura de este período está constituida por:
(1) Libros conocidos como “apócrifos” y “seudoepigráficos”, que consisten de literatura sapiencial, relatos patrióticos, hechos históricos y obras apocalípticas;
(2) los escritos de la comunidad de Qumrán (probablemente esenios), la mayoría de los cuales provienen de las cuevas descubiertas cerca de mar Muerto;
(3) los tratados alegóricos de Filón de Alejandría, el teólogo-filósofo helenístico;
(4) las obras de Josefo.
Después de la destrucción del templo, y más aún después de que fue sofocada la revolución encabezada por Simón Barcoquebas (132-135 d. C.), la vida y el pensamiento de los judíos experimentaron profundos cambios.
Como habían terminado tanto el ritual del templo como su existencia como entidad política, los judíos concentraron sus energías intelectuales en un esfuerzo para no ser absorbidos cultural y racialmente por el mundo gentil; y lo hicieron dando énfasis a los aspectos legales de su vida religiosa y ocupándose minuciosamente en ellos, tendencia que ya tenía una larga historia, especialmente entre los fariseos.
Si bien es cierto que al principio sus disposiciones legales fueron preservadas mayormente mediante la tradición oral, desde comienzos del siglo II tomaron una forma literaria definida, y en el siglo VI ya se habían convertido en lo que ahora se conoce como el Talmud, la compilación tradicional de la ley judía.
Junto con el Talmud surgió un extenso comentario tradicional judío de las Escrituras conocido como el Midrash (o Midrás). Una buena parte de esto resultó de la exposición del Antiguo Testamento en las sinagogas. La literatura proveniente del Midrash no alcanzó su forma final hasta aproximadamente el año 1000.
Se tratará brevemente cada uno de estos tipos de antigua literatura judía.